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Enterrar a los muertos ha sido, desde hace milenios, de suma importancia para el sujeto. En la Grecia y Roma antiguas “Se temía la muerte menos que a la privación de la sepultura” (De Coulanges) como lo vemos bien, por ejemplo, en la Antígona de Sófocles. Este es un paso muy importante después de la muerte de un ser querido, que otorga al sujeto las herramientas simbólicas para tramitar el sinsentido que la muerte comporta.
Con Sigmund Freud podemos decir que permite la posibilidad de hacer un duelo por un objeto perdido y que “una vez [el duelo] haya renunciado a todo lo perdido se habrá agotado por sí mismo y nuestra libido quedará nuevamente en libertad de sustituir los objetos perdidos por otros nuevos.” Esto, como podemos ver, es relevante para que la vida continúe, teniendo brillo para aquellos que han perdido algo o a alguien.
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