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Respuesta:
No hubo excesivos cambios en la estructura administrativa del Imperio en relación con la época de su predecesor.
Explicación:
Marco Aurelio, racionalmente religioso, busco el apoyo de los dioses nacionales romanos ante los graves peligros del Imperio.
No hubo excesivos cambios en la estructura administrativa del Imperio en relación con la época de su predecesor. Vemos al emperador conceder gran autonomía al Senado, al que atribuye incluso alguna nueva competencia como la de elegir al praefectus alimentorum, responsable del abastecimiento de Roma; los curatores de ciudades, cuyo número se incrementa, son nombrados también entre senadores. Todo indica que estamos ante un grupo senatorial compuesto no sólo de miembros de ricas familias -como en el pasado- sino de expertos en jurisprudencia y administración, resultado de la incorporación de provinciales cualificados y de caballeros promocionados por el método de la adlectio. A este nuevo Senado no le resultó ya extraña la reimplantación de la medida adrianea de subdividir Italia en distritos (año 163) al frente de los cuales se nombró a legati iuridici senatoriales. Se mantuvo bajo Marco Aurelio la participación de caballeros en la administración, que se hizo más compleja si nos atenemos al dato aportado por Pflaum sobre la creación de 18 procuratelas nuevas. El máximo responsable financiero, el a rationibus, recibió el rango trecenario al percibir un sueldo anual de 300.000 sestercios. Contamos con un documento excepcional, grabado en una plancha de bronce hallada en ltalica (Santiponce, provincia de Sevilla), que contiene una intervención fiscal de primer grado. La plancha ofrece parte de un discurso imperial (año 177/178) sobre la reducción de gastos en los juegos gladiatorios. Los notables de Hispania y las Galias se habían quejado al emperador de lo costoso que les resultaba sufragar los juegos gladiatorios; los contratistas de gladiadores culpaban al Fisco. La decisión de los emperadores consistió en condonar las deudas fiscales pendientes y en suprimir todo impuesto sobre tales juegos, además de regular los precios máximos y mínimos de cada modalidad de juego. La supresión del impuesto gladiatorio, fiscum removerunt a tota harena, fue un alivio económico para las oligarquías municipales obligadas a costear estos juegos en sus ciudades. A pesar de esa disminución de ingresos fiscales, se mantuvieron los compromisos tradicionales con la plebe de Roma; incluso se constata un número de siete congiaria. Y no fue una época fácil para el Estado, por los gastos ocasionados por terremotos en Asia Menor y sobre todo por los exigidos para atender a los conflictos armados. Algunos autores modernos hacen hincapié en la ausencia de creación de nuevas ciudades y en la generalización de los curatores de ciudad, para demostrar la existencia de serias dificultades económicas por las que pasaban las haciendas locales. La misma supresión del impuesto gladiatorio había sido recibida como una liberación. ¿Cómo explicar un volumen casi normal del gasto público, incrementado por las exigencias bélicas, sin que haya indicios de que el Tesoro estuviera en ruina? Creemos que la eficacia administrativa y el estímulo imperial a la producción están en la base. He aquí dos indicadores: para el cobro de impuestos indirectos, se termina de abandonar el viejo sistema de arriendo a publicanos para sustituirlo por administradores imperiales, procuratores, más eficaces y mejor controlados; un segundo dato se encuentra en la baja a un 10 por 1OO de la cantidad exigida al arrendatario de un pozo minero, cuando debía pagar un 50 por 1OO unos años antes. Se gasta menos en construcciones públicas, el Fisco es más eficaz aún que en el pasado y no se está en momentos económicos de expansión; las ciudades del imperio manifiestan signos de austeridad pero aún no de crisis. Marco Aurelio, racionalmente religioso, busco el apoyo de los dioses nacionales romanos ante los graves peligros del Imperio, sobre todo ante las amenazas en las fronteras y ante la gran peste. Para el hombre romano tradicional, esas desgracias venían porque sus dioses estaban irritados con ellos. Y, como en la situación crítica de la invasión de Italia por Aníbal, el pueblo de Roma acudió enfervorizado a aplacar a sus dioses con sacrificios de animales, súplicas y promesas; incluso se volvieron a repetir los antiguos lectisternios, banquetes sagrados con las imágenes de los Doce Dioses, y se decretaron votos públicos. La población de las ciudades del Imperio participaba de esta exaltación religiosa, salvo los cristianos. Algunos magistrados consideraron una traición la actitud de los cristianos y condenaron a muerte a algunos de ellos; la condena, pues, no se hacía por el hecho de ser cristiano sino por las implicaciones sociales y políticas que conllevaban sus creencias al no participar de los rituales suplicatorios públicos. La intelectualidad pagana veía en los cristianos una nueva peste del Imperio, al considerar a su religión como a una perniciosa superstición que conducía a la disgregación social. Un buen testimonio de este pensamiento es la obra de Celso, "Discurso verdadero" (año 177),
Explicación:
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