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En 1942, cuando el ejército alemán invadió Rusia, Stalin buscaba desesperadamente nuevos respaldos y alguien le señaló la conveniencia de contar con el apoyo del Papa. El dictador preguntó sarcásticamente: «¿Y cuántas divisiones tiene el Papa?». Tuvieron que transcurrir 47 años para que esa pregunta fuera contestada definitivamente. Un Papa, Juan Pablo II, venido del telón de acero, demostró que la fuerza moral era un arma con poder suficiente para deshacer la división del mundo que se estableció en Yalta.
La Iglesia católica, posiblemente la institución más antigua del mundo (después del pueblo judío), sigue enfrentándose a retos similares con las mismas armas. Todavía nadie ha conseguido elaborar una teoría convincente que explique cómo una organización que cuenta con recursos tan limitados es capaz de tener una influencia tan grande en el mundo. Pese a los negativos augurios sobre el futuro y la salud de la Iglesia, la realidad dista mucho de la imagen de ella que los medios de comunicación transmiten con frecuencia.
De hecho, la institución fundada en una remota provincia del antiguo Imperio Romano se encuentra en uno de los períodos más florecientes de sus 2.000 años de historia. Los católicos han pasado de 266 millones en 1900 a 1.100 millones en el año 2000, un crecimiento del 314%. Por comparación, la población creció un 263% en el siglo pasado, lo que prueba que la Iglesia no se ha limitado a beneficiarse del baby boom, sino que ha conseguido atraer a nuevos seguidores.
Lo que sí es verdad es que el centro de gravedad se ha desplazado en este último siglo. Ya no se encuentra en Europa y Norteamérica sino en las regiones menos desarrolladas. En 1900 sólo el 25% de los católicos vivían en los países más pobres, hoy el 67% de los católicos viven en Asia, África y América Latina.
No parece que estos resultados puedan atribuirse a su poderío económico. A pesar de las intermitentes «campañas» que denuncian las enormes riquezas de la Iglesia, la realidad es que, aunque no viva en la miseria, su situación económica está lejos de ser boyante. Las responsabilidades de un obispo, sin embargo, no son inferiores a las del consejero delegado de una empresa del IBEX 35, ni tampoco es menos exigente su formación: la mayoría de los obispos son licenciados y doctores y, antes de acceder al cargo, han desarrollado entre 20 y 25 años de experiencia pastoral y de gobierno.
Muy probablemente, la justificación de los megasueldos de nuestros empresarios cinco estrellas se encuentra en los extraordinarios resultados que sus empresas presentan año tras año. Pero aquí tampoco nos salen las cuentas.
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