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20 de diciembre de 2005. Como muchos otros ciudadanos de Estados Unidos, aquel día me levanté embargado por la ansiedad. El juez John Jones III, un juez federal de Harrisburg, en el estado de Pensilvania, iba a emitir sentencia sobre el caso Kitzmiller et al. contra el Distrito Escolar de la región de Dover et al. Aquel juicio se había convertido en un punto de inflexión: la sentencia de Jones iba a decidir cómo aprenderían la evolución los niños y niñas de Estados Unidos.
La crisis educativa y científica había comenzado de forma humilde cuando los administradores del distrito escolar de Dover, en Pensilvania, se reunieron para discutir qué libros de texto debían encargar para la escuela secundaria de su área. el asunto, el comité decidió exigir a los profesores de biología de Dover High que leyeran la siguiente resolución en sus clases de bachillerato:
Los Currículos Académicos de Pensilvania requieren que los estudiantes aprendan la Teoría de la Evolución de Darwin y que sean examinados sobre un temario oficial del que forma parte la evolución. Dado que la Teoría de Darwin es una teoría, sigue siendo contrastada a medida que se realizan descubrimientos. La Teoría no es un hecho contrastado: existen en ella lagunas no respaldadas por observaciones… El diseño inteligente es una explicación del origen de la vida que difiere de la ofrecida por Darwin. El libro de referencia, Of Pandas and People , se encuentra a disposición de los estudiantes que deseen explorar este punto de vista con la intención de entender mejor en qué consiste el diseño inteligente. Como con todas las teorías, se anima a los estudiantes a mantener una posición abierta.
Esta declaración desató una feroz tormenta en la educación. Dos de los nueve miembros del comité escolar dimitieron, y todos los profesores de biología se negaron a leer la resolución en sus clases, alegando que el «diseño inteligente» no era ciencia sino religión. Como la instrucción religiosa en las escuelas públicas constituye una violación de la Constitución de Estados Unidos, once padres, indignados, llevaron el caso a los tribunales.
El juicio comenzó el 26 de septiembre de 2005 y duró seis semanas. Fue un proceso espectacular que con razón recibió el apelativo de «juicio Scopes del siglo» por referencia al famoso juicio de 1925 en el que un profesor de secundaria, John Scopes, de la ciudad de Dayton, en Tennessee, fue declarado culpable por enseñar que los seres humanos habían evolucionado. La prensa nacional descendió a la soñolienta ciudad de Dover igual que ochenta años antes había descendido a la soñolienta ciudad de Dayton. Al lugar se acercó incluso un tataranieto de Darwin, Matthew Chapman, decidido a recoger datos para un libro sobre el proceso.
Fue una derrota aplastante. La acusación fue astuta y estaba bien preparada; la defensa, mediocre. El único científico dispuesto a testificar para la defensa admitió que su definición de «ciencia» era tan amplia que podía incluir incluso la astrología. Al final, quedó demostrado que Of Pandas and People no era más que una chapuza, un libro creacionista en el que simplemente se había sustituido «creación» por «diseño inteligente».
Pese a ello, la sentencia no estaba cantada. El juez Jones había sido designado por George W. Bush, y era una persona religiosa, devota, y un republicano conservador, lo que no conforma precisamente unas credenciales pro darwinistas.