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HUMANISMO Y CRISTIANISMO». EL HUMANISMO ATEO
El término «humanismo» tiene dos significados, podríamos decir, previos a cualquier
otra distinción: humanismo entendido como teoría o concepción del hombre, y humanismo entendido como acción en favor del hombre, como defensa del hombre, como antropodicea, por usar un término correspondiente al clásico, aplicado a Dios, de teodicea.
Supongo que los organizadores de estas Jornadas tienen interés en que los temas
propuestos en el programa sean de actualidad y así deban ser tratados. De manera que,
desde esta perspectiva de la actualidad, voy a referirme ahora al título de mi intervención.
Si entendemos el humanismo ateo como una concepción del hombre (según el primer
significado antes dicho), creo que el tema existe y tiene actualidad en cuanto lugar importante de la historia del pensamiento en general y de la antropología y la filosofía de la
religión en particular. Pero, si entendemos el humanismo ateo tal como lo pensaban y
vivían los que militaron en sus filas —es decir, como una defensa decidida en favor del
hombre, como antropodicea— entonces el humanismo ateo ya no existe. Desde mi punto
de vista éste es hoy el drama del humanismo ateo: que ya no existe, no porque ya no haya
ateos, sino porque el ateísmo ha dejado de ser un humanismo, una defensa del hombre, tal
como pretendían sus apóstoles más entusiastas.
Ésta no es exactamente la misma tesis mantenida por Henri de Lubac cuando, en su
ya clásico libro titulado precisamente así, El drama del humanismo ateo, escribe: «No es
verdad que el hombre... no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo cierto es que sin Dios no
puede, en fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre; el humanismo que
excluye a Dios es un humanismo antihumano»1
. En efecto, en su libro De Lubac reprochaba —y yo creo que con razón— a los Feuerbach, Marx, Nietzsche y Comte (éstos eran sus
interlocutores) creer que el Dios del cristianismo —que es una doctrina que exalta al
hombre hasta hacerlo imagen de Dios— es un antagonista del hombre. Comte, Feuerbach
y sus sucesores estaban convencidos de que su crítica a la religión y en especial al cristianismo era una condición inexcusable para la liberación individual y social de los hombres.
Aunque no se compartan sus postulados hay de reconocer que en su ateísmo había una
pasión humanista, y que ellos se revolverían contra el reproche certero de De Lubac.
Pero es que ése no es el problema actual. El problema actual y el drama de ese humanismo ateo es que ya no existe; es decir, ya no se lucha con pasión contra Dios en favor del
hombre, porque sencillamente ya no se lucha con pasión en favor del hombre. Los ateos
del siglo XIX no creían en Dios, pero sí creían en el hombre; hoy muchos —y con notable
influencia— no creen ni en Dios ni en el hombre. Por eso hoy, más que de ateísmo, habría
que hablar de indiferencia o, mejor, de increencia
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