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Respuesta:
Adrián estaba de vacaciones y jugaba a la pelota con sus amigos en el callejón. A veces hacían gol, a veces rompían las ventanas de los vecinos, así como ahora; y se asomó a gritarles un profesor barbudo y Adrián llegó a su casa muy aprisa; sin aire, porque subió cuatro pisos. —Ya llegué —gritó, como hacía siempre.
Nadie le contestó. Su mamá no vino de la cocina y de las otras piezas tampoco vino nadie. Adrián prendió la luz, pues empezaba a oscurecer. En la mesa del comedor encontró un papel que su mamá le había dejado:
Adrián:
Tu papá está enfermo y tengo que irme con él enseguida. Por más que te busqué, quién sabe dónde andabas. Hijito, pórtate bien. Te dejo cinco pesos para que te vayas a casa de tu tío Austero. Le das la carta que aquí verás. Hijo, pórtate deveras bien, lávate los dientes y acuérdate de decir buenos días.
Pero así es todo si andamos solos por la noche.
La casa de los tíos era muy grande, con un zaguán muy alto y un portón medio desvencijado. Adrián no alcanzaba el timbre, tocó el aldabón y lo oyó retumbar tres veces. El aldabón era una cabeza de perro que se le quedó viendo de mal modo, como diciendo: toca más quedito.
Explicación: