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Nacido en una alquería en las afueras de Torrox en el seno de una familia de origen árabe yemení con algunos antepasados jurisconsultos, marchó joven a Córdoba a formarse como alfaquíDespués de unos comienzos humildes, ingresó en la Administración y pronto se ganó la confianza de la favorita del califa, Subh, madre de sus hijos.[5] Gracias a esta protección y a su eficiencia, acumuló rápidamente numerosos cargos.[6]
Durante el califato de Alhakén II,[nota 2] ocupó importantes cargos administrativos, como los de director de la ceca (967), administrador de la favorita del califa y de sus hijos y de las herencias intestadas o intendente del ejército del general Gálib (973).[7][8] La muerte de este califa en el 976 marcó el comienzo de la época califal dominada por su figura, que continuó más allá de su muerte con el gobierno de dos de sus hijos, primero Abd al-Málik al-Muzáffar y luego Abd al-Rahman Ibn Sanchul, hasta 1009.[9] Como chambelán del califato (desde el 978), ejerció un poder extraordinario en el Estado andalusí, en toda la península ibérica y en parte del Magreb, mientras el califa Hisham quedaba relegado por Almanzor.[10]
Su «portentosa» ascensión al poder ha sido explicada por una insaciable «sed de dominio», pero el historiador Eduardo Manzano Moreno advierte que «debe entenderse en el marco de las complejas luchas internas que se desarrollaban en el seno de la administración omeya».[11]
Recibió el apoyo pragmático de las autoridades religiosas a su control del poder político, sin que ello evitase tensiones periódicas entre el caudillo y aquellas.[12] La base de su poder estaba en la defensa de la yihad que,[13] al no ser califa, debía proclamar en nombre de este.[14] Su imagen de paladín del islam servía para justificar su asunción de la autoridad gubernamental.[13] Habiendo acaparado el dominio político en el califato, llevó a cabo profundas reformas tanto en la política exterior como en la interior.[15]
Realizó numerosas y victoriosas campañas tanto en el Magreb como en la península ibérica.[16] En la Península sus incursiones contra los reinos cristianos, conocidas como aceifas, solo lograron detener temporalmente el avance de estos hacia el sur. A pesar de sus abundantes triunfos militares, apenas recuperó territorio.[16]