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Más de 2.000 millones de individuos en el mundo viven sometidos a un régimen autoritario, según el ranking Democracy Index 2010 publicado por la consultora Economist Intelligence Unit. En más de 55 países, la población no puede ejercer sus derechos fundamentales y está sujeta al poder de un único partido o, en la mayoría de los casos, a la voluntad de una única persona que dirige a sus ciudadanos a su antojo.
Es cierto que el concepto de dictadura tiene una infinidad de matices y de zonas grises. Pero por los senderos de la historia han pasado unos nombres que han dejado una huella autoritaria indiscutible. Desde Julio César, pasando por Cromwell, Robespierre, Napoleón, Mussolini, Franco, Stalin, Hitler, hasta llegar a nuestros días con Sadam Husein o Gadafi. Cada uno impuso su propio estilo y fue responsable de abusos y, en muchos casos, de atrocidades. ¿Tenían algo en común estos dictadores? ¿La mente de un gobernante autoritario funciona de manera diferente? ¿Qué ocurre en su cabeza?
Muchas veces se ha asociado directamente su delirio de omnipotencia con la locura. De acuerdo con el escritor estadounidense John Gunther, autor de libros sobre los regímenes totalitarios, “todos los dictadores son anormales. La mayoría de ellos son neuróticos”. Adolf Hitler es el nombre tal vez más citado en la literatura científica. De personalidad bipolar, sufría paranoias y complejos de varia índole, que le llevaron a cometer crímenes atroces, purgas étnicas y que arrastraron su pueblo a guerras suicidas. Es el caso extremo, evidentemente. Pero es común que los dictadores, una vez instalados en el poder, pierdan un poco la cordura.
Algún ejemplo. Idi Amin, el feroz dictador de Uganda, se hizo nombrar “señor de todas las bestias de la tierra, de los peces del mar y rey de Escocia”; Jean Bedel Bokassa se hizo coronar como Napoleón Bonaparte en la república Centroafricana; Mobutu, en Zaire, prohibió a todos los ciudadanos llevar un sombrero de leopardo; Nyýazow, presidente de Turkmenistán vetó el maquillaje, los dientes de oro, el ballet, y sustituyó la palabra pan por el nombre de su madre, además de ordenar la construcción de un palacio de hielo en el desierto. Es imposible no acordarse de la película Bananas de Woody Allen, en que el protagonista, una vez convertido en dictador, ordena que “todos los que no hayan cumplido 16 años a partir de ahora tendrán 16 años y que los calzoncillos se llevarán encima de los pantalones…”.
Según ciertas teorías, los dictadores sufrirían de algunos trastornos en el cerebro. La causa estaría en el gen denominado AVRP1, que regula la capacidad de ser generosos con los demás, que sería más corto respecto al resto de seres humanos. Este gen está asociado a la secreción de una hormona responsable de la creación de vínculos sociales y afectivos, según un estudio la Universidad Hebrea de Jerusalén. Richard Ebstein, que dirigió la investigación, supone que en los dictadores se genera poco placer en los centros de recompensa del cerebro al cumplir acciones altruistas. Su conclusión: “Es bastante seguro que los dictadores codiciosos tienen un componente genético”.
Daniel Eskibel, además de consultor político, es miembro de la Internacional Society of Political Psychology. En su opinión, “el dictador es aquel que se ve dominado por una estructura cerebral situada en el tronco encefálico, sorprendentemente idéntica al cerebro que tiene cualquier reptil y que empuja hacia el dominio, la agresividad, la defensa del territorio y la autoubicación en la cúspide de una jerarquía vertical e indiscutida”. Puede que el cerebro reptil siempre hubiera estado ahí, pero disimulado. Hasta que el político, una vez que se instala en el poder, descubre “todo lo que puede hacer con una orden o una firma. Toma conciencia de su capacidad para influir en la vida de los demás. Si la persona no está preparada, entonces es sólo cuestión de tiempo para que el cerebro reptil se apodere de los resortes del mando”, afirma Eskibel. El resultado es la pérdida de contacto con la realidad: “Lo ves solo. Aislado. Sin escuchar. Sin contacto con la gente. Agresivo. Cometiendo errores que nunca creíste pudiera cometer. Cada vez más rodeado por incondicionales que sólo dicen que sí”.
A su vez, Jerrold Post, director del programa de Psicología Política de la Universidad George Washington sostiene que a menudo muchos dictadores sufren patologías borderline, es decir que se encuentran en la frontera entre neurosis y psicosis. “Son individuos que pueden funcionar de manera perfectamente racional, pero que, en determinadas condiciones de estrés superan el límite, sus percepciones se distorsionan y esto se refleja sobre sus acciones. Esto suele ocurrir cada vez que pierden o incluso cada vez que ganan. Y el único público que cuenta para ellos es… el espejo”.
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¿Por qué llegamos a vivir en dictadura?
Vivir en una dictadura es Vivir en un país donde no hay libertad y el que manda lo controla todo con un régimen.
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Espero que te ayude con la pregunta