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En resumen, el estudio sobre el fenómeno de la violencia es tan confuso que ha habido muy pocos escritores o filósofos sociales capaces de mostrarse totalmente consistentes en sus opiniones. Por ejemplo, W. G. Sumner piensa que la guerra posee un valor educativo y permite la eliminación o subordinación de los incapaces,7 pero también alega que nada de lo que se haga por la fuerza ha sido o podrá ser bien hecho.8
Los especialistas en ciencias sociales, lo mismo que los filósofos, tanto humanitarios como antihumanitarios, caen en las mismas contradicciones. Durante generaciones enteras, los profesores americanos, sabios sociales o sabios naturalistas, han predicado que la fuerza no puede tener éxito, y que por lo tanto, es inútil emplearla, que sus éxitos están siempre escritos sobre agua, que es imposible hacer retroceder las tendencias políticas y económicas de profundas raíces que conducen hacia la unidad del mundo, sea a través de la Liga de las Naciones o de las Naciones Unidas.9
Las relaciones de fuerza y justicia constituyen, aparentemente, un problema que concierne a todas las épocas y a todas las culturas. La afirmación de Trasímaco, “justicia es el interés del más fuerte”, ha sido repetida en lemas tan famosos como “la fuerza de la razón”, la política de “sangre y fuego”, “la necesidad no conoce leyes” o “el poder es el derecho supremo, y la disputa sobre la esencia del derecho es decidida por el arbitraje de la guerra”. Aunque Sócrates puso un poco en ridículo a Trasímaco, en realidad las ideas básicas de su afirmación no han podido ser refutadas con éxito por el curso de la historia. En nuestros días nos encontramos bajo la sombra de la política establecida por Lenin, quien escribió en The State and the Revolution (1917): “la doctrina de la guerra de clases… conduce inevitablemente al reconocimiento de la supremacía política del proletariado o de su dictadura, es decir, de una autoridad armada que no comparte con nadie más y descansa directamente sobre las fuerzas armadas de las masas”.Algunos principios sociológicos relativos
Puesto que son tantos los estudios dedicados a la violencia y puesto que a causa de ello este asunto se ha hecho aún más confuso, resulta tal vez fútil tratar de aclarar el asunto en unas cuantas páginas. Sin tratar de alcanzar este objeto imposible, trataremos el uso de los medios violentos de control, consideraremos la naturaleza de los problemas intelectuales comprendidos e indicaremos los dilemas morales, sugiriendo su naturaleza, citando los principales exponentes de la ética y los más notables moralistas.
Los fenómenos aparentemente contradictorios de la fuerza y la violencia en la sociedad resultan más claros estudiándolos sobre la base de ciertos principios sociológicos.
“La coerción es el empleo de una fuerza física o intangible para obligar a ejecutar una acción contraria a la voluntad o al juicio del individuo o grupo sujeto a dicha fuerza. La violencia es la aplicación de la fuerza en tal forma que resulta física o psicológicamente dañina para la persona o grupo contra quien se aplica.”10
Varios estudiosos han tratado de evitar el dilema que se les presenta en términos de la aprobación moral del uso de la fuerza, haciendo una distinción entre los aspectos legales e ilegales. Así Sidney Hook define la violencia como “el empleo ilegal de los métodos de coerción física para fines personales o de grupo”.11 Así pues, resulta que el empleo de la violencia por las autoridades debidamente constituidas resulta correcto, pero es incorrecto cuando quien lo emplea es el bajo mundo o las fuerzas que se oponen al gobierno.
La sociedad es un conjunto de grupos discordantes cuyas ideologías en conflicto los conducen a trabajar por cosas diversas para todo el grupo. Algunas veces, estos conflictos estallan en una guerra abierta (llamada, cuando es de carácter interior, levantamiento, guerra civil, guerrillas, en tanto que los soldados participantes son clasificados como bandidos, rebeldes, quintacolumnistas, partisanos, etc.). Pero estos periodos de guerra abierta, antes de la inauguración de los sistemas de Hitler y Stalin, de guerra continua en el interior y el exterior, son rápidamente seguidos por una renovación de una tregua no mencionada entre los enemigos, que toda sociedad tiene en sus filas, y generalmente los compromisos sobre los que se basa la sociedad funcionan defectuosamente, pero funcionan. La acomodación es pues, “la subordinación de una persona o grupo a otra persona o grupo”. Las castas y clases, los convencionalismos, las constituciones y las leyes, son tejidos de la acomodación. Las formas populares, costumbres e instituciones contienen muchas acomodaciones entre los grupos en conflicto y muchos compromisos entre los intereses que chocan entre sí.
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