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El modo de vestir de hombres y mujeres de la época estaba marcado en las élites por la herencia española, la alta costura que hacía escuela en Europa.
"Sus vestidos y tocados era importados pues tenían preferencia por las mercancías provenientes de España -explica Cecilia Mercado, investigadora-. Usaban mantillas de color azul o negro, faldas de bayeta, peinetones para el cabello, enaguas, pendientes de oro, collares y sombreros de fieltro". Cuando iban a tierra caliente, lucían blusas con flores bordadas adornadas con encajes, medias de algodón y zapatos de cordobán.
Entre tanto los hombres de la élite -explica el historiador de moda Augusto Montenegro- vestían de sombrero de copa, frac, chaleco, calzón tipo torero a la rodilla y apretado y botas de caballería, que remplazaban por medias de seda y zapatillas con hebilla cuando tenían una ocasión de gala.
Otra historia del vestido se cuenta en las clases populares -representadas por indígenas, negros y sus mezclas también con el blanco español-. "Ellos confeccionaban sus ropas de diseños muy sencillos con telas rústicas como la bayeta proveniente de telares artesanales", dice Mercado.
Montenegro recuerda que ni artesanos ni artesanas usaban medias y sólo calzaban alpargatas, aunque muchos llevaban los pies descalzos. Sólo una prenda los unía: la ruana, que era usada por los campesinos diariamente, mientras que los grandes señores la vestían cuando montaban caballo y dejaban colgada su elegante capa.
La opulencia de la clase alta -criolla y española- y la sencillez de los campesinos se mantuvo como una constante durante ese siglo, con pequeños, pero muy significativos cambios.