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Solemos culpar exclusivamente a la naturaleza de la existencia de catástrofes naturales en el mundo. Pero en gran medida, estos desastres están directamente relacionados con la acción humana. Por un lado está el cambio climático; por otro, la falta de previsión, la ocupación de zonas de riesgo o el deterioro del entorno natural por las alteraciones del terreno son, muchas veces, los máximos responsables de los daños materiales y de las tragedias humanas que se producen después.
Evidentemente el grado de desarrollo está directamente relacionado con la propensión a sufrir desastres naturales. Las catástrofes afectan en mayor medida a los países subdesarrollados, que son más vulnerables y tienen menor capacidad para afrontar estas situaciones. Ellos son los que soportan las mayores pérdidas de vidas humanas, sociales y económicas.
La OCHA (Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios) urge a los gobiernos a priorizar la implementación de estrategias de prevención de catástrofes naturales. Está claro que el cambio climático empeorará las cosas, por eso advierten de que, sin una acción concertada, posiblemente experimentemos desastres naturales sin precedentes, que podrían llegar a convertirse en una amenaza para la seguridad internacional y para la relación entre los Estados. Otra variante de la prevención es que la disminución del riesgo de catástrofes es un elemento imprescindible para ayudar a erradicar la pobreza.
Todo desastre natural debería pasar por cuatro etapas: prevención, preparación, respuesta inmediata y recuperación. Pero aún son muchos los que se preguntan qué cuesta más: ¿la prevención o la recuperación? Es lógico que el valor de la propiedad perdida por el desastre sea superior en los países desarrollados que en los más pobres, al menos en cuanto a coste económico se refiere. No debemos olvidar que donde no hay infraestructuras, sistemas o instrumentos que ayuden a enfrentarse a una catástrofe, aumenta la probabilidad de que una crisis se convierta en una calamidad; la pobreza y las catástrofes se refuerzan mutuamente. Por esto, de forma general, los países más ricos optan por invertir en prevención: mejores prácticas, realizar mapas de peligrosidad y riesgo, aumentar la formación y la sensibilización o mejorar el acceso a los sistemas de alerta rápida.
Pero no debemos mirar sólo hacia planes de emergencia y sistemas de prevención. El cambio climático es una realidad cada vez más palpable tanto para los ricos como para los pobres. Su consecuencia es que las catástrofes naturales en el mundo son cada vez más frecuentes y su magnitud mayor. Sólo hay que fijarse en los datos para darnos cuenta de que todo esto está sucediendo. La ONU catalogó el 2008 como un año terrible para los desastres naturales: en los seis primeros meses del año los daños económicos ascendían a 35 mil millones de dólares, contra un promedio de 15 mil millones en el mismo período durante la última década. Casi 236 mil personas perdieron la vida. Eso sin contar a las 130 millones que sobrevivieron pero que se vieron afectadas por estas catástrofes.
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