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¡Estamos de fiesta! Durante estos días se celebra el Carnaval, una fiesta de carácter pagano que antecede a la Cuaresma, que comienza con el miércoles de ceniza. Esta fiesta no tiene origen español, pues se celebra en todo el mundo, pero sí que tiene origen en la Edad Media como la mayoría de nuestras tradiciones. Fue en este período, concretamente en el siglo X, cuando aparece por primera vez la palabra carnelevare en Italia, refiriéndose a estas celebraciones.
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No está muy claro cuándo se empezaron a celebrar los Carnavales, pero parece que ya en la Alta Edad Media existían unas fiestas en el mes de febrero en el que la gente salía a la calle disfrazada. Es el propio san Isidoro de Sevilla en el siglo VII el que habla de personas que se disfrazaban del sexo contrario, que la comida y la bebida se consumían sin control… Para él no es algo extraño, así que debía ser algo que estaba ya perfectamente consolidado. Lo más seguro es que esta fiesta tuviera origen romano, como las Saturnalias, y que con el establecimiento del calendario religioso se colocara esta fiesta pagana justo antes de la Cuaresma. De hecho, este período de cuarenta días tiene su origen en el siglo IV con el Concilio de Nicea. Como curiosidad, hay estudios que indican que la fiesta del Nawruz islámico, una de las fiestas en el mundo musulmán dedicada a aquellos que practican ayuno, está relacionada en la Península con el Carnaval. Es de las pocas fiestas en esta religión en la que se permiten las celebraciones con música y baile, y coincide con el equinoccio de marzo, así que es probable que la Península ambas fiestas estuvieran relacionadas.
Es muy interesante ver cómo se celebraban las fiestas en la Plena y Baja Edad Media, porque son muy similares a la actualidad. Hay que hacer hincapié en que al ser una fiesta de antes de un período de ayuno, se iban a realizar todas aquellas prácticas que estaban totalmente prohibidas. Es por ello que el consumo de carne era excesivo, incluso en algunas ciudades eran los propios gremios de carniceros los que las organizaban, y el alcohol también era el principal protagonista. En las ciudades se empieza a establecer como costumbre las batallas entre distintos colectivos, como gremios, vecindarios o incluso entre distintas villas, pero siempre con cierto carácter amistoso, como batallas de verduras.
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Aunque Venecia parezca ser la cuna de las fiestas de disfraces carnavalescas, en verdad en la Edad Media el usar diferentes atuendos también era muy característico de estas fiestas. Para desgracia de la Iglesia y del poder, eran muchos y muchas los que decidían ocultar su rostro durante estos días y convertirse en otra cosa o persona. La Iglesia jamás apoyó esta costumbre, porque consideraba que se estaba engañando a Dios, y el poder tampoco lo vio con buenos ojos porque el anonimato permitía realizar crímenes que quedaran impunes.
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Ya a modo de conclusión, es interesante analizar la importancia de la fiesta para la Edad Media y cómo ha llegado hasta nuestros días. En una sociedad “encorsetada”, donde la Iglesia y la religión marcaban los ritmos de las mujeres y los hombres y el sexo y la desmedida estaban condenados, las fiestas eran la única manera que tenían de desahogarse y dejarse llevar. El Carnaval supone todas aquellas cosas que estaban prohibidas de forma habitual, como la risa, los disfraces o la desmesura en el alcohol o la carne. Era una fiesta de y para la sociedad medieval, y lo ha seguido siendo hasta nuestros días.
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