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Lo trágico es atemporal. A pesar de que el tiempo transcurra, lo trágico queda fuera de ese efecto, y se sigue viviendo y recordando con intensidad, con dolor, con angustia, y con toda una serie de cuestiones que alteran el estado anímico de las personas que se ven afectadas por ese hecho. Lo trágico ocurre y sigue ocurriendo. Y es por eso que las historias que implican ese aditamento sean las más largas.
Tal es así que la novela histórica de Jack el Destripador al día de hoy sigue vigente. Hablar de Jack cuando se habla de criminales homicidas famosos es casi una obligación, como así también lo es evocarlo a nuestro criollo Petiso Orejudo.
La Filosofía también se ha hecho eco de esta particularidad y las tragedias griegas, que llevan unos más de 2500 años en su haber, aún gozan de buena salud y su vida útil sigue firme.
Y como estas anteriores, la historia actual es trágica. Y además de trágica es maligna. Hay mucha maldad en esta historia. Mucha maldad y mucha ambición. Hay hechos concatenados que desembocaron en idas y vueltas hoy recientemente resueltas, pero también irreconciliables.
“Los hermanos sean unidos, porque ésa es la Ley Primera”, rezaba algún verso del Martín Fierro. Don Martín la tenía clara en este sentido, y se dio cuenta de que los matrimonios pueden flaquear, pero la hermandad debe persistir y permanecer, a como dé lugar. Y en esta historia trágica, ocurrida en la Docta, la cosa no se dio así.
Todo empezó con un matrimonio, perfectamente constituido, que dio a nacer a tres hermosos hijos: dos mujeres y un varón. Y todo marchó bien por unos años.
La panadería familiar laburaba bien. Se había instalado satisfactoriamente la marca y era concurrida asiduamente por muchos clientes. Esto hizo que el padre de familia tuviera que tomar más empleados para poder mantener un ritmo de trabajo que solventara la demanda. Y eso anduvo perfecto por varios años.
Pero siempre hay un “pero”. Y el “pero” acá vino de la mano de la relación de la pareja matrimonial. La misma cada vez se fue deteriorando más, al punto de que la separación era inminente. Y con esta cuestión, la mujer comenzó un amorío con un fulano que se las daba de investigador privado.
Una fatídica noche, cuando la relación entre el hombre y la mujer era insostenible, golpean la puerta de la casa familiar. El hijo abre y se sorprende al ver a un tipo que ingresa violentamente, se dedica a atar y maniatar a todos, y se lleva al padre esposado, quien a los pocos días sería encontrado sentado en el asiento de su auto con tres tiros en la cabeza.
La muerte lo había alcanzado y con su muerte la relación conyugal se extinguía. Pero en esa extinción hubo un condimento interesante: unos cuantos cientos de miles de dólares que la mujer cobró en concepto de dos seguros de vida.
La cosa igual no terminó ahí. Se inició una investigación por la muerte del fulano, que la tuvo como imputada a su mujer, quien se dedicaba a gastar los verdes cobrados.
El tribunal constituido para ese juicio por esa investigación la absolvió de la acusación, como así también a un sujeto del ámbito delincuencial con apodo de mago de ficción, quien estaba acusado de ser el autor material de la muerte del tipo.
Pero, como siempre hay un “pero”, la cosa tampoco terminó ahí.
Fue una que había sido niña y luego mujer, quien impulsó como querellante una apelación del caso. Una de las hijas del matrimonio, la mayor de los hermanos, se puso las pilas y se enfrentó a su madre. La sindicó como la autora intelectual del hecho (había sido absuelta por ese tema) y logró que su representante legal pateara el expediente hacia la máxima autoridad judicial, quienes, con muy bien tino, ordenaron que se llevara a cabo otro juicio penal sobre el asunto.
Entre pitos y flautas, las dos hermanas se unieron contra la madre. Y el hermano varón, se puso del lado de ésta. Se acumuló nueva prueba. Se recolectaron nuevos testimonios. Se pulieron las cosas que no habían quedado bien durante la primera investigación, y se fortalecieron las que eran sólidas desde el vamos.
Y así, hijas contra madre, cara a cara, llevaron adelante la contienda jurídica por un lado, pero también familiar por otro. Está bien, era la vieja, pero también consideraban que les había arrebatado el padre. Y no conforme con ello, había metido a vivir a la casa a un malandra que abusó de una de ellas.
Toda una tragedia griega. Todo un cambalache familiar teñido de sangre y de internas, que más allá de la sentencia judicial, no podría terminar bien jamás.
Sacado de internet.