• Asignatura: Historia
  • Autor: cristiandavidmercado
  • hace 4 años

plantea un claro ejemplo en el cual se haya utilizado la historia como diciplina en la ciencia sociales​

Respuestas

Respuesta dada por: jostinpatino4
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Respuesta:

espero q te ayude :D

Explicación:

En los últimos meses una inesperada polémica ha venido a sumarse al panorama periodístico con indudable fuerza. La discusión concierne a un tema que habitualmente se encuentra alejado de los grandes medios de comunicación y al que sólo la disputa política le ha permitido saborear las mieles de aparecer en los principales informativos televisivos o en las portadas de los periódicos estatales de mayor influencia en la opinión pública. El tema a debate: la historia. El motivo: decidir qué historia debe enseñarse a los ciudadanos.

Esta sorprendente aparición mediática nos deja a algunos historiadores con un sabor agridulce. Dulce, porque nos parece positivo que una parte de la sociedad se dedique con tanto ardor a discutir sobre la tarea de los historiadores y su utilidad social. Agria, porque puede fácilmente comprobarse que la discusión está, en la mayoría de las ocasiones, muy alejada de lo que debería ser un debate racional sobre un tema que tiene más importancia colectiva de la que a primera vista pudiera parecer. La ecuanimidad, la serenidad analítica y el distanciamiento de las opciones partidarias no han sido precisamente una moneda de cambio durante los meses en que la controversia se ha mantenido en la cresta de la ola informativa.

¿Por qué ha sucedido un acontecimiento tan inusual? Desde luego, a nadie se le ocurre levantar una disputa pública sobre la enseñanza de la química, la ingeniería industrial o la medicina, por poner sólo tres ejemplos. En cambio, parece necesario y hasta urgente celebrar una contienda publicitada sobre la enseñanza de la historia y la tarea de la historiografía. Admito que la situación puede ser extraña por infrecuente, pero en cualquier caso no deja de ser una inequívoca muestra de la importancia social de la historia y de la trascendencia política que tiene el contenido y la forma en que se divulgan los conocimientos que fabrican los historiadores. De hecho, se ha podido comprobar una vez más que, pese a la era científico-tecnológica en la que casi todos los pensadores proclaman que vivimos, la discusión sobre la vieja Clío tiene siempre un valor civil de carácter estratégico. Si algo ha venido a demostrar esta disputa mediática es que la historia se muestra como una materia políticamente sensible, más sensible que otras muchas materias académicas que merecen sin embargo mayores atenciones presupuestarias. Lo era en la Grecia clásica y lo es en nuestros días.

Hay varias razones que influyen en esta delicada posición de la historia y los historiadores. Se me permitirá señalar de entrada una que posee una notable importancia política: la historia, sustancia creadora de presente y de futuro, resulta fácilmente manipulable en el momento de ser reconstruida intelectualmente para su conocimiento por parte de los ciudadanos. De hecho, no es de extrañar que quienes aspiran a dirigir la polis sean tan sensibles a poseerla y a domeñarla. Ni tampoco es sorpresa alguna que deseen que la explicación histórica finalmente elegida esté bajo su potestad para ser transmitida (o impuesta) al resto de la ciudadanía a través de la palabra, la escuela, los libros o los diversos medios de comunicación. Aunque no lo digan, son muchos los políticos que creen que para llevar a buen puerto sus proyectos ideológicos es necesario monopolizar el pensamiento histórico. Un monopolio que asegurará, piensan, mayor legitimidad a sus ideas y que les proporcionará la vitola de ser el producto más "racional", "coherente" y "natural" de la evolución histórica. Son frecuentes los casos de políticos que están persuadidos de la necesidad de demostrar que los proyectos societarios que ellos defienden se encuentran en la línea correcta de la "evolución natural" de la historia de la Humanidad (o de su país).

A partir de la anterior afirmación se comprende que el reciente decreto de Humanidades haya levantado tanta polvareda entre nosotros. Se entiende que algo tan dejado de la mano de las autoridades como la historiografía se ponga súbitamente en candelero. ¿Por qué? Pues, sencillamente, porque los políticos están convencidos, y quizá no sin razón, de que quienes otorguen la venia oficial a los libros de texto de historia dominarán una buena porción del panorama intelectual y sentimental de miles de ciudadanos. Eso es, a mi juicio, lo que subyace en el oculto seno de esta polémica: la construcción de la historia nacional, el objetivo para el que se forjó, en buena parte, la comunidad de historiadores allá por las postrimerías del siglo XIX.

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