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La derrota y desaparición del Imperio Alemán en la Primera Guerra Mundial, tuvo como consecuencia el nacimiento de la República de Weimar, que constituyó un intermedio pretendidamente democrático entre el autoritarismo del Imperio y el totalitarismo del Tercer Reich.
La historia alemana de postguerra entre los años 1918 y 1933, se inicia con un gobierno de transición a cargo del socialdemócrata Friedrich Ebert, que como presidente tendría la difícil tarea de guiar el caótico país entre el 4 de febrero de 1919 hasta su muerte en febrero de 1925. Su principal tarea fue intentar lograr el equilibrio político de un país envuelto en un permanente estado de convulsión, bajo la amenaza en cierne de una guerra civil entre monárquicos, comunistas, socialdemócratas y nacionalistas, con frecuentes levantamientos y crímenes políticos, sumido en una inmensa crisis económica y social e hiperinflación.
Es en ese complejo entorno, donde se empieza a gestar el rearme secreto en violación a lo establecido por el Tratado de Versalles, y el tiempo en el que fueron apareciendo las primeras manifestaciones del movimiento nazi.
A mediados de 1919, las potencias vencedoras, establecieron duras condiciones para el cese del estado de guerra mediante el Tratado de Versalles, en el que se estipularon gravosas medidas de reparación económica y acordaron la redistribución de territorios que conformaban el Imperio Alemán, surgiendo once nuevos Estados.
Alemania debió entregar Alsacia y Lorena a Francia, Eupen y Malmedy a Bélgica, la Prusia polaca, la Alta Silesia y el corredor de acceso al Báltico a Polonia, Slesvig a Dinamarca, Memel a Lituania, debiendo reconocer la independencia del Danzig y entregar el territorio del Sarre a la Sociedad de las Naciones por 15 años. En las zonas con población alemana, se deberían realizar plebiscitos a fin de establecer si debían volver a integrarse a Alemania o quedar bajo el dominio de los países a los que alguna vez pertenecieron. También debió aceptar la ocupación por fuerzas interaliadas de los territorios Renania y todas sus colonias fueron distribuidas entre las potencias aliadas europeas.
El Tratado de Versalles, estableció estrictas restricciones a las fuerzas armadas alemanas. Su ejército no podía tener más de siete divisiones de infantería y tres de caballería, un total de 100 000 soldados, y un máximo de 4000 oficiales. La conscripción fue prohibida, y no se permitía el entrenamiento militar de los civiles dedicados a la protección de bosques, de aduanas o de otras instituciones oficiales.
El ejército alemán debía estar dedicado exclusivamente al mantenimiento del orden dentro de su territorio y al control de las fronteras. Se prohibió la construcción de aviones, artillería pesada, tanques, y la fabricación o importación de armas y gas venenoso, o la producción de materiales para la guerra química. Las fuerzas navales no podían tener más de 15 000 hombres y se hallaban limitadas a una dotación de seis acorazados, seis cruceros, seis destructores, y 12 torpederos, impidiéndose la producción o adquisición de submarinos.