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No hace mucho tiempo, vivía en Tánger un humilde zapatero remendón que tenía un canario. Un día, mientras estaba remendando zapatos, un viejo peregrino oyó el canto del pájaro y quedó fascinado. Se quedó más de una hora mirándolo fijamente, con los ojos y la boca muy abiertos, y luego empezó a suplicar al zapatero que se lo vendiese, cosa que este no estaba dispuesto a hacer porque tenía cariño al pájaro. Pero el peregrino insistió tanto que, al final, el zapatero aceptó vendérselo por veinte monedas. El peregrino era pobre, y veinte monedas era un precio muy elevado para un canario;pero, aun así, reunió el dinero, compró el pájaro y se marchó.
Pasaron tres días, y el peregrino volvió con el canario.
–Devuélveme mis monedas y toma tu pájaro.
El zapatero se enfadó mucho al oír aquello.
–Yo no quería vendértelo. Fuiste tú quien insistió en
comprarlo. Y ahora vienes a molestarme otra vez.
¿Qué derecho tienes a hacer eso?
El pájaro no canta desde que esta en casa solo esta en su jaula encerrado y no canta–¿No te da vergüenza? –le dijeron–. Devuélvele a este pobre hombre sus veinte monedas y quédate con
tu pájaro.
Y así lo hizo: le dio al peregrino sus veinte monedas,
con la esperanza de que lo dejara tranquilo.
–Un momento –dijo el peregrino–. Le he dado de comer a este pájaro inútil durante tres días. Es justo,
pues, que me pagues las semillas que se ha comido.
el zapatero al oir esto se enojó mucho mas
Pero el viejo peregrino se puso todavía más
furioso, llamó a la guardia e hizo llevar al zapatero a
rastras ante el Pachá.
El juez los escuchó con mucha atención, y no le
quedó ninguna duda de que hablaban completamente en serio. Luego dictó sentencia.
–Es evidente que el peregrino está en su derecho –le
dijo al zapatero–, así que debes liquidar la deuda
que tienes con él por los tres días que ha dado de
comer a tu canario pero el zapatero por 3 dias se quedo sin el canto de su pajaro
Por tanto, te condeno a pasar tres días dentro de una
jaula en el taller del zapatero y a cantar para él tan
bien como lo hace su pájaro
Y no hace falta decir que, cuando miraron,
el peregrino había desaparecido; y ya nunca volvió a
molestar a nadie en Tánger.