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Respuesta:
Hablar de la creación en el mundo en el que vivimos, un mundo viejo, cargado de signos y
de artificios, nos resulta muy atractivo aunque sólo sea, tal vez, por el hecho de que el afán
de novedad es una de las fuerzas que mueven, o al menos eso se repite, este tinglado en el
que parecemos estar huyendo siempre de lo que ya es viejo, de lo que está gastado por el uso
y el abuso. Buscamos lo nuevo y huimos de lo viejo porque siempre estamos tentados de ser
un nuevo Adán. No lo somos, sin embargo, salvo cuando nos arriesgamos a transgredir el
orden en el que hemos sido hechos e incluso entonces solemos incurrir en vetustas rebeldías,
en repeticiones. Pese a todo, hay algunos ámbitos en los que la novedad está de algún modo
a nuestro alcance como algo más que la experiencia de que cada minuto de nuestra vida es
único y siempre nuevo. Es difícil e improbable, pero podemos crear, podemos reconocer la
creación y gozarnos con ella. Ese es el sempiterno atractivo, a veces muy superficial, de las
artes y de la escritura: hacer o decir lo nunca hecho o dicho, mostrar lo invisible, dar una
imagen nueva del mundo
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