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Respuesta:
1. Es sabido que la obra de Keynes (publicada en 1936, con el nombre de
“Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”1), defendía un abierto “in-
tervencionismo” de los gobiernos en las economías nacionales a corto plazo con
el fin de domeñar las crisis y depresiones y conseguir un equilibrado y constante
ritmo de crecimiento general. La teoría intervencionista de Keynes chocaba con
la doctrina clásica y neoclásica que había prevalecido hasta entonces. Aunque,
para tratar de lograr una armonización entre su teoría y las doctrinas anteriores,
Keynes establecía la condición de que las intervenciones gubernamentales se
deberían limitar a operar sólo en el “corto plazo”. A este respecto, Keynes pensa-
ba que en el “largo plazo” las doctrinas clásicas de recuperación automática del
equilibrio, a través de la oferta y la demanda, operaban correctamente.
Keynes afirmaba a este respecto:
“Si nuestros controles centrales logran establecer un volumen global de la
producción correspondiente a la ocupación plena... la teoría clásica vuelve a
cobrar fuerza de aquí en adelante” (Keynes, 1971:333).
Esta posición era errónea, porque los principios de la teoría clásica funda-
mentados en el “laissez-faire”, eran, precisamente, los causantes de los desequi-
librios. Lo razonable hubiera sido pensar que el “desequilibrio volvería a reiniciar-
se” en cuanto se hubiera puesto en práctica un modelo de acciones económicas
conforme a los principios de la teoría clásica, cuyos errores y postulados habían
sido precisamente la causa desencadenante de las crisis anteriores. Esta primera
y fundamental contradicción cobra mayor significación al observar que el propio
Keynes reconocía los graves fallos de la doctrina clásica cuando afirmaba: “Nuestra crítica de la teoría económica clásica aceptada no ha consistido tanto
en buscar los defectos lógicos de su análisis, como en señalar que los supuestos
tácticos en que se basa, se satisfacen rara vez o nunca, con la consecuencia
de que no puede resolver los problemas económicos del mundo real”. (Keynes,
1971:333).
No era lógico, pues, que de un modo contradictorio con su primera afir-
mación, Keynes volviera a resucitar la teoría clásica, afirmando que: “la teoría
clásica vuelve a cobrar fuerza de aquí en adelante” (Keynes, 1971:333).
Ahora bien, aunque ciertamente había críticas metodológicas importantes
que realizar sobre la forma en que Keynes había razonado su teoría, algo había
de esencialmente acertado2 en su planteamiento, pues, en efecto, la cuestión
crucial era demostrar por qué el “laissez-faire” no podía funcionar ni conducir a
un supuesto equilibrio y, menos, de carácter automático. Y por qué el gobierno
no podía dejar de actuar, al menos a corto plazo, ante las fluctuaciones, ante
la desigualdad, ante la falta de ocupación y ante los desequilibrios del sistema
de mercado3. Al mismo tiempo que era preciso señalar cómo debían hacerse
estas intervenciones. Keynes no quiso explicar, sin embargo, cómo entendía
exactamente que debía ser aplicada la “política económica” en el “largo plazo”.
No explicó tampoco cómo debían armonizarse las sucesivas políticas de corto
plazo entre sí. Ni con respecto al largo plazo. Su afirmación de que a largo
plazo volvía a cobrar plena vigencia la teoría clásica resultaba claramente in-
congruente con los postulados de que él mismo había partido. De este modo,
su sistema de economía resultaba un tanto cojo4 y contradictorio.
Explicación:
El presente trabajo trata de poner de manifiesto, algunos de los fallos
metodológicos más importantes del modelo keynesiano de economía. La
“teoría general” de Keynes supuso un avance inconmensurable respecto a los
modelos clásico y neoclásico anteriores a él. Sin embargo sus planteamientos no
consiguieron dar el paso definitivo que era necesario para construir una teoría
económica de largo plazo, capaz de combatir las crisis cíclicas, conseguir el pleno
empleo y mejorar la distribución de la renta y de la riqueza. Los planteamientos
de Keynes se quedaron cortos al fijarse más en los síntomas que en los
problemas de fondo suscitados por las teorías clásicas y neoclásicas. Los fallos
que se infieren sobre su teoría económica, se caracterizan por haberse centrado
en el corto plazo, olvidando el largo plazo; tener un alcance eminentemente
nacionalista, cuando los problemas a resolver tenían trascendencia claramente
supranacional; y olvidar los aspectos estructurales e institucionales para fijarse
en los problemas económicos desde una perspectiva estrictamente coyuntural,
sin la pretensión de buscar soluciones duraderas sobre las cuestiones de fondo.