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El pozo
La comunidad de «los Rosales” había tenido ya sus días mejores. Debido a la mala administración de los recursos por parte del gobierno, esta región tenía demasiadas carencias.
Les hacía falta prácticamente de todo, desde caminos pavimentados hasta servicios básicos tales como la luz y el agua.
Por esa razón, todas las mañanas doña Leticia tenía que recorrer una distancia de aproximadamente 2 km para poder llegar al río y así llenar un gran recipiente de madera del vital líquido.
Infortunadamente un día Leticia enfermó gravemente y no le quedó más remedio que mandar a su hijo a realizar esta labor. Carmelo (ese era el nombre del muchacho) ya había cumplido los 14 años de edad, por lo que a primera vista parecería que no era una tarea muy difícil la que su madre le solicitaba. Sin embargo, había un grave problema. Carmelo tenía serias dificultades para caminar, hecho que suponía un contratiempo.
Pese a todo, Carmelo estaba decidido a llevar a cabo esa encomienda. Cogió el balde y lo ató a su espalda, tomó dos varas y las usó como muletas. El estaba muy consciente de la situación y sabía que quizás le llevaría varias horas llegar hasta la orilla del río.
Habiendo transcurrido cerca de 35 minutos, el adolescente apenas había avanzado medio kilómetro.
Por otra parte, el sol caía fuertemente sobre su cabeza, lo que hacía que los gotas de sudor le cubrían los ojos y le impidieran ver con claridad. Se detuvo a descansar un momento la orilla del camino para limpiarse su rostro con su playera cuando repentinamente una de sus rodillas se dobló tirándolo al suelo de manera estrepitosa. Quiso levantarse, pero lo único que hacía en cada uno de sus intentos era acercarse cada vez más a la cuneta. Rodó colina abajo hasta que un árbol lo detuvo.
Carmelo se sostuvo de su tronco y por fin pudo ponerse de pie. Espontáneamente el chico comenzó a escuchar la voz de su madre que le pedía auxilio desesperadamente. Dicha voz provenía de un lugar no muy lejano a donde Carmelo se hallaba. El adolescente fue avanzando al sitio donde se escuchaba la voz. Cuando estaba próximo a llegar, las palabras cesaron de un modo intempestivo y un objeto apareció frente a él.
Era un pozo rebosante de agua, era el agua más cristalina que había visto en su vida. Tomó la soga y comenzó a jalar esperando que saliera el extremo para poder adaptarlo a su balde.
Entretanto por un descuido, Carmelo soltó su cubeta y ésta que estaba encima del borde del pozo, fue a dar hasta el fondo.
– Tengo que sacarla – pensó.
Como vio que el agua llenaba más de la mitad del pozo, imaginó que lo más sencillo sería meterse al pozo y sacar el cubo de madera.
Cuentos inventados de terror El pozo
Así lo hizo y fue entonces cuando un alarido de terror retumbó en las paredes de piedra. Un campesino que pasaba por ahí, vio los palos de madera que se encontraban junto al viejo pozo, el cual había estado seco e inhabilitado por más de 50 años. Al asomarse, observó horrorizado el cuerpo destrozado de un joven, Carmelo.