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La religión fue uno de los elementos más importantes en la vida de las culturas de Mesoamérica, quienes creían que antes eran superiores y dominaban el universo. Cada civilización tenía sus propios dioses, sus costumbres y su mitología. La cosmogonía azteca, por ejemplo, planteaba la teoría de los cinco soles. Los mayas, por otra parte, relataban en el Popol Vuh la historia de Hunahpú e Ixbalanqué, héroes que dieron origen al Sol y a la Luna.[1]
La gran mayoría de las zonas arqueológicas fueron concebidas como centros ceremoniales, a fin de que las grandes masas pudieran congregarse durante los ritos de adoración. Los más importantes fueron:
Monte Albán, en los valles centrales de Oaxaca. Se trata de una enorme plaza que permitía contemplar a través de montículos las celebraciones, incluía espacios para danzantes y juegos de pelota.
Mitla, centro ceremonial zapoteco-mixteco. Heredera de la tradición de Monte Albán, está orientada en eje norte-sur y sus estrechos pasillos permiten apreciar la suntuosidad de lo que alguna vez fue.
Uxmal. Aquí se encuentran zonas arqueológicas como la Casa del Adivino, el Cuadrángulo de las Monjas y el Palacio del Gobernador.
Chichén Itzá. El Castillo permite apreciar cada equinoccio la baja de Kukulkán, el dios que fertilizará las tierras.
Teotihuacán. Tal vez el centro más representativo de cuantos se construyeron en Mesoamérica. En la "ciudad de los Dioses" se encuentran tres pirámides bien construidas: la del Sol, la de la Luna y la de Quetzalcóatl.
La religión maya tenía ciertos rasgos de politeísmo, pues el dios supremo era conocido como Hunab Ku y su hijo, Itzaná, reunía casi todas las propiedades de otros dioses. Otras deidades muy veneradas fueron Chaac, el dios de la lluvia, y Kukulcán, relacionado con Venus.
Como se mencionó, los aztecas en su mitología integraban a los cuatro elementos como cuatro soles, a saber: Atonatiuh era el sol de agua, Ehecatonatiuh el sol de aire, Tletonatiuh era el sol de fuego, y la mujer Tonacacíhuatl era el sol de tierra.
dioses
– Diosa de la luna: para el conjunto de pueblos que dan lugar a Los Nahuas y donde sobresalen Los Mexicas, esta diosa era conocida con el nombre de Meztli, mientras que Los Mayas la llamaban Ixchel. La luna comúnmente era asociada con lo femenino, la fertilidad y la belleza.
– Dios del sol: para la mitología azteca por ejemplo esta deidad era Tonatiuh, en el caso de Los Zapotecas este pueblo se refiere a él como Copijcha Tlatlauhaqui. La representación del astro sol era asimilada con profundo respeto y se vincula con la guerra.
– Dios de la lluvia y el trueno: entre Los Nahuas solían llamar a este dios Tláloc, mientras que para Los Mixtecas podía ser tanto Ñuhu Savi como Dzahui. El dios a cargo de los fenómenos atmosféricos era objeto de extrema atención pues de se creía que de su buen o mal humor dependía que las cosechas lograran prosperar.
– Serpiente emplumada: Los Nahuas se referían a este dios llamándolo Quetzalcóatl y Los Mayas le denominaron Kukulkán. Se trata de una divinidad creadora pues de él surge la vida.
genéricamente se le llama Huehuetéotl, puesto que el fuego suele hacer parte importante de los mitos mesoamericanos es un dios fundamental.
– Dios del maíz: para la mitología mexica por ejemplo es el dios Cintéotl, suele ser una divinidad dual que se establece como patrono de los cultivos de maíz.
La agrupación de Dioses Mesoamericanos consigue revelar las más profundas creencias de un área geográfica del continente americano definida por la cultura y que por lo tanto llega a enmarcarse dentro de lo étnico e indígena. Es así como cada pueblo que integra esta unión, aporta sus propias costumbres y tradiciones, todo girando en torno a la gran relevancia que se le adjudicaba a los variados elementos del cosmos.
Puesto que el hombre mesoamericano consideraba que el acceso al plano en el que se encontraban las distintas divinidades estaba totalmente negado para los mortales, esta civilización se tomó muy en serio la misión de hacer lo necesario para agradar a sus dioses y no dudó en ningún momento en acudir a los sacrificios humanos para expresar ese profundo honor y respeto a quienes según ellos “sostenían el cielo”.