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El continuo flujo de millones de inmigrantes estimuló poderosamente el desarrollo. De considerable ayuda para atraer nuevos ciudadanos y estimular a los granjeros norteamericanos fueron la Ley de Hacienda de 1862 y las sucesivas leyes sobre la tierra, al igual que las facilidades proporcionadas al oeste para la construcción de ferrocarriles transcontinentales, el primero se terminó en 1869. La agricultura norteamericana había sacado provecho de la mecanización. La invención del alambre de púas, en 1873, hizo posible la protección de vastas áreas para la ganadería, la introducción del furgón refrigerado resultó una bendición para la industria empaquetadora de carne. Como resultado de estos y otros adelantos, la industria del oeste adquirió algunas de las características de la industria moderna, con su producción a gran escala para mercados distantes.
Incluso, más importante que el desarrollo de la agricultura norteamericana, después de la Guerra Civil, fue la expansión de sus industrias. La demanda gubernamental de materiales de guerra, incluso a costa de déficits federales causó un auge industrial, que continuó después que la guerra terminó. Entre 1860 y 1900, la cantidad de capital invertido en la industria norteamericana aumentó más de 10 veces; la exportación de artículos manufacturados hacia 1900 cuatriplicó la de 1860. En 1890, Estados Unidos emergió como líder mundial en la producción de acero y barras de hierro, con cerca de doscientas mil millas de líneas férreas, en 1900, superó la longitud de las líneas de toda Europa. También sobresalió con métodos de producción masiva basada en la normalización, las partes intercambiables y posteriormente la línea de ensamblado.
Ahora bien, como sucede con frecuencia en las economías de rápida expansión, Norteamérica sufrió una serie de crisis económicas, de las cuales las crisis de 1873 y 1893 fueron las más significativas.
Para modificar los efectos de la competencia, después de 1873, la industria pesada norteamericana comenzó a combinar sus recursos con el fin de mejorar el costo de la competencia, fijar los precios y controlar los mercados. El primero de estos "trusts" fue la Standard Oil Company de John D. Rockefeller (1879). Estas grandes organizaciones provocaron fuertes protestas públicas, el Congreso en 1890 decretó la Ley Antitrust Sherman, una dudosa acción hacia la solución. Su ejecución fue suficientemente flexible para permitir la concentración continua del control de la industria y la banca.
El gobierno federal también tuvo que intervenir en otras oportunidades con el fin de contener los excesos de la ilimitada competencia. Contrario a las prácticas europeas, en las que los gobiernos tenían una participación activa en la construcción y la operación de líneas férreas, las líneas norteamericanas se construyeron bajo la iniciativa privada, fomentada por las profusas concesiones de tierras públicas. Para ganar el máximo de provecho, los ferrocarriles norteamericanos cargaron exorbitantes cantidades mercancías, no hubo transportador que pudiera competir en estas condiciones.
Incluso, más importante que el desarrollo de la agricultura norteamericana, después de la Guerra Civil, fue la expansión de sus industrias. La demanda gubernamental de materiales de guerra, incluso a costa de déficits federales causó un auge industrial, que continuó después que la guerra terminó. Entre 1860 y 1900, la cantidad de capital invertido en la industria norteamericana aumentó más de 10 veces; la exportación de artículos manufacturados hacia 1900 cuatriplicó la de 1860. En 1890, Estados Unidos emergió como líder mundial en la producción de acero y barras de hierro, con cerca de doscientas mil millas de líneas férreas, en 1900, superó la longitud de las líneas de toda Europa. También sobresalió con métodos de producción masiva basada en la normalización, las partes intercambiables y posteriormente la línea de ensamblado.
Ahora bien, como sucede con frecuencia en las economías de rápida expansión, Norteamérica sufrió una serie de crisis económicas, de las cuales las crisis de 1873 y 1893 fueron las más significativas.
Para modificar los efectos de la competencia, después de 1873, la industria pesada norteamericana comenzó a combinar sus recursos con el fin de mejorar el costo de la competencia, fijar los precios y controlar los mercados. El primero de estos "trusts" fue la Standard Oil Company de John D. Rockefeller (1879). Estas grandes organizaciones provocaron fuertes protestas públicas, el Congreso en 1890 decretó la Ley Antitrust Sherman, una dudosa acción hacia la solución. Su ejecución fue suficientemente flexible para permitir la concentración continua del control de la industria y la banca.
El gobierno federal también tuvo que intervenir en otras oportunidades con el fin de contener los excesos de la ilimitada competencia. Contrario a las prácticas europeas, en las que los gobiernos tenían una participación activa en la construcción y la operación de líneas férreas, las líneas norteamericanas se construyeron bajo la iniciativa privada, fomentada por las profusas concesiones de tierras públicas. Para ganar el máximo de provecho, los ferrocarriles norteamericanos cargaron exorbitantes cantidades mercancías, no hubo transportador que pudiera competir en estas condiciones.
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