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El mundo actual es el de la información. Los políticos se esmeran en utilizar todos los resortes a su alcance para llegar a los ciudadanos, y los medios de comunicación cada vez muestran una mayor intensidad en el alcance de la información que vuelcan. En unos casos con la pelea de alcanzar la primacía divulgativa y, en otros, y aquí es donde me vengo sorprendiendo cada día más, vertiendo todo un arsenal de datos que convierte a la noticia en el resultado de una exhaustiva y desorbitada investigación. Se analiza hasta la saciedad aquello que cala más en la sociedad, y se facilitan resultados tan minuciosos como si el Sherlock Holmes de turno hubiese dirigido la operación.
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Cierto que nuestra Constitución Española reconoce y protege el derecho a comunicar o recibir libremente información por cualquier medio de difusión. Pero el constituyente no habla sólo de información, sino que le añade el requisito de la veracidad, esto es, utilizando una palabra que es sinónima de cierta, auténtica, comprobable. Y es que, si no hubiera una certeza contrastada de lo que se informa, incurriríamos en todo lo contrario, desinformando, falseando la realidad, equivocando y propiciando la noticia tendenciosa.
El derecho a la información lo es en tanto sea veraz
Por otro lado conviene aclarar que el derecho de la información es de todos los ciudadanos y no solo de los periodistas, aunque la actividad de estos últimos sean los que a menudo la ejercitan. Podemos advertir, por todo ello, que en numerosos programas televisivos o tertulias radiofónicas, aparezcan personajes singulares, algunos ya investidos de una profesionalidad exorbitante, que hacen un uso tan cotidiano de la información como para poner en entredicho a profesionales periodísticos que no saben ya si seguir sus reglas deontológicas o entrar en la selva informativa sin tapujos, sabedores que los productores y el público pide sangre, el mayor detalle posible de cómo se ha producido el acontecimiento morboso o cómo se han cometido las fechorías más grandes, incluso descubriendo los errores que han podido cometer y que han propiciado la detección de posibles delincuentes. El colmo lo digo con una noticia recientemente emitida en televisión: un delincuente, totalmente cubierto de prendas negras y gorro que sólo permitía la visibilidad de los ojos, desmantelaba un establecimiento y era grabado por las cámaras. Las indagaciones realizadas descubren unos hermosos ojos azules que hicieron llegar al ínclito para detenerle porque en los alrededores pocos tenían esta característica. Quien daba la noticia aclaraba, tras conversación mantenida con la policía, que si hubiera llevado puesta unas gafas hubiera sido casi imposible detectar de quién se trataba. Ya saben los siguientes lo que tienen que hacer.
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