hola a a todos me ayudan con el cuento de la bruja de bosque primero diganme plis el inicio despues el nudo y depues el desenlace plissss es para hoy
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Respuesta:
(Cuento ruso) Había una vez un aldeano que quedó viudo, con dos pequeños hijos, un niño y una niña, que eran gemelos. No tardó el hombre en casarse de nuevo, pero la segunda esposa odiaba a sus hijastros, los trataba muy mal y decidió, por fin, deshacerse de ellos.
—Os habéis portado tan bien —les dijo un día, hipócritamente — que he pensado daros un premio especial. Iréis a visitar a mi abuela, que vive en una pequeña casa de piedra en el bosque. Es muy vieja, así que tendréis que cuidarla, atenderla y hacer todo lo que os mande; pero como es tan buena, os dará muy bien de comer y de beber.
Obedecieron los pequeños y se alejaron, cogidos de la mano; pero antes, fueron a ver a su verdadera abuela, para decirle adónde se dirigían.
Cuando la anciana los escuchó, no pudo contener las lágrimas y dulcemente les dijo:
— ¡Pobrecitos de vosotros que no tenéis madre ¡Cómo os compadezco!; pero, desgraciadamente, nada puedo hacer para ayudaros. Vuestra madrastra no os manda con su abuela, sino con la bruja del bosque, que es mala y perversa. Pero si vosotros sois buenos, amables y generosos, todo puede acabar bien.
Los besó, los bendijo y los despachó con una botella de leche, una hogaza de pan, un trozo de jamón y unos listones nuevos para las trenzas de su nietecita.
Se internaron los gemelos en el obscuro bosque y poco después llegaban a la casa de piedra, en donde encontraron a la enorme y horrible bruja tumbada en el suelo, la cabeza apoyada en el quicio de la puerta de entrada, un pie en cada una de las esquinas de la casa, y las piernas dobladas, con las rodillas tocando el techo. — ¿Quién está ahí? —gruñó la bruja.
—Buenos días, abuela —contestaron los niños cortésmente, aun cuando apenas podían tenerse en pie, tal era su miedo—. Nuestra madrastra nos ha enviado a atenderte y a servirte.
—Trabajad, entonces —murmuró la bruja entre dientes—. Si me dais gusto, tal vez os recompense; pero si me disgustáis, iréis a parar a la sartén y os freiré para mi cena.
Entregó a la niña unas madejas de lana para que las hilara, y al niño un colador para que acarreara agua del pozo. Montó después en su escoba y se alejó volando por el aire.
Sentóse la pequeña cerca de la rueca, llorando, pues no sabía hilar; pero a poco, aparecieron muchos graciosos y obscuros ratoncillos que, al ver lo que la niña trataba de hacer, le dijeron:
"Pobre pequeña, sabemos que eres buena y comedida; te ayudaremos hoy, si nos das algo de comida."
Dioles la niña parte del pan que le había regalado su abuela y los ratoncillos le cantaron:
Gracias por tu ayuda, gentil amiga querida; pasea por el bosque mientras hilamos tu lana;
a tu regreso, tranquila y de buena gana,
convence al gato de que busque más comida.
Agradeció la pequeña la ayuda de los ratoncillos y se dirigió al bosque, en donde encontró a su hermano, llorando junto al brocal del pozo, pues el agua se escurría por los agujeros del colador.
Trataba de consolarlo, cuando llegó una bandada de reyezuelos, que cantaron, al posarse sobre unas ramas vecinas:
Si unas migajas de pan nos regalas,
te diremos cómo evitar que el agua se salga.
Con toda rapidez arrojaron los gemelos migajas de pan al suelo; y cuando los reyezuelos dieron buena cuenta de ellas, enseñaron a los pequeños cómo tapar con lodo los agujeros del colador, para llevar agua sin derramar ni una gota.
Regresaron los niños a la casa y encontraron al gato acurrucado cerca del fuego. Le acariciaron el lomo, le dieron unos trocitos de jamón y le preguntaron:
Explicación: