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Chichén Itzá, expresión maya que significa “en la orilla del pozo de los itzaes”, es la zona arqueológica más ampliamente conocida, estudiada y visitada de Yucatán. Grande e importante desde cualquier punto de vista, su existencia y antiguo esplendor nunca fueron completamente olvidados, ya que se menciona de manera prominente en documentos y crónicas mayas y españolas.
En el siglo XIX el lugar despertó enorme interés entre estudiosos y viajeros, y ya para los albores del siglo XX se realizaron detalladas documentaciones del sitio. Años después se convirtió en escenario de grandes excavaciones y restauraciones ejecutadas tanto por el gobierno mexicano como por la Institución Carnegie de Washington. En 1993 el INAH inició un proyecto de excavación y consolidación de áreas donde los trabajos previos habían sido escasos. El objetivo era proveer nuevos datos y nuevas maneras de encarar la difícil y hasta entonces ambigua historia de Chichén. Nos propusimos impulsar el estudio de áreas y complejos enteros en lugar de concentrarnos en edificios aislados, como había ocurrido antes, lo que ha tenido como resultado una imagen más completa de la arqueología de Chichén Itzá. Nuestros esfuerzos en el campo han producido una impresionante y sorprendente cantidad de información. En este tenor, destacaremos principalmente tres aspectos en los que logramos considerables avances: la cronología, la arquitectura y la iconografía.
Fray Juan Bautista de Moliendo era natural de Postugalete, Vizcaya, cerca de Bilbao, España, Vino a la Nueva España y tomó el hábito franciscano en el convento de Acámbaro, Guanajuato, donde estudió la lengua otomí con la idea de evangelizar a los indios. En 1607, junto con Fray Juan de Cárdenas, descalzos y llevando por equipaje un poco de maíz tostado llegaron a Santa Catarina, luego a Pinihuan donde el Padre de Mollinedo, celebró una misa, de allí pasaron a Lagunillas y después al valle del Maíz, todos estos lugares pertenecientes al actual estado de San Luis Potosí, para finalmente levantar la iglesia en Tula. En todos estos lugares predicó, catequizó y prometió enviar ministros para que instruyeran a los indios (mascorros, pames, cuachichiles, pizones, cisanes, coyotes, etc) y fundaran iglesias. A su regreso a la falta de permiso del Rey Felipe III para la evangelización de estos lugares. El 5 de marzo de 1612 se autorizaba al marqués de Guadalcazar para realizar la conversión de los indígenas de Río Verde, Cerro Gordo y Jaumave. Al pedir informes el Virrey a Mollinedo de su viaje en 1607, éste manifiesta que se le había recibido con gran amor por los indios y que fueron bautizados algunos pequeños y casadas ocho parejas de grandes, por lo que se le concedió a esos lugares con su compañero Juan de Cárdenas. Los trámites se llevaron cerca de diez años, ya que fue hasta el 1º de julio de 1617, con la misma formalidad y circunstancias que en los lugares anteriores, tomó posesión de San Antonio de Tula, en donde dejó a Fray Diego de Espinoza como encargado de la conversión de los naturales.
Tiempo después, Tula pasó a pertenecer en lo político y militar a la justicia de Valles.
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