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Las guerras de independencia como un enfrentamiento criollos/peninsulares resultan absolutamente inverosímiles. Hay un problema de número, los peninsulares representaban un porcentaje despreciable de la población de la América española. En 1811 el virrey de la Nueva España Francisco Javier Venegas mandó hacer un censo de la población de la Ciudad de México en el que, a diferencia de otros, se indica el lugar de nacimiento de los censados. La capital del virreinato novohispano debía de ser en esos momentos, por su importancia económica y administrativa, uno de los lugares de América en donde el porcentaje de españoles era mayor. Sin embargo, los nacidos en la Península, según el censo de Venegas (Censo de 1811)4, apenas llegaban al 2% de la población total de la capital del virreinato. Un porcentaje que debía de ser mucho más bajo en el resto del continente. No parece demasiado creíble que un número tan reducido de peninsulares hubiesen sido capaz de mantener una sangrienta guerra de más de diez años de duración, menos aún si consideramos que, como se queja el general realista Calleja, la mayoría de ellos, dedicados a actividades como el comercio o la minería, mostraron en general una clara “falta de patriotismo y criminal indiferencia” (Citado en Archer, 2005: 238), y que el apoyo que pudieron recibir de la Península fuese casi nulo.
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