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Con la llegada de la dinastía de los borbones a la monarquía española en el siglo XVIII, tanto la península como sus posesiones en América vivieron un cambio político-administrativo conocido como “absolutismo ilustrado”, que se reflejó en las llamadas “reformas borbónicas”. El objetivo principal fue considerar a los virreinatos como colonias y explotarlas económicamente lo mejor posible. Las reformas se reflejaron en una nueva relación con la iglesia, a la que retiraron privilegios. Igualmente, las alcaldías mayores fueron sustituidas por intendencias, con funciones administrativas, hacendarias, militares y de justicia controladas por el virrey de manera mucho más directa, so pretexto de la corrupción que se ejercía.
Una de las reformas más importantes fue la que en 1770 estableció el libre tráfico comercial en las Antillas para comerciar con Perú y Nueva Granada, medida que se extendió a Nueva España en 1789 a partir de los consulados de Veracruz y Puebla, lo que sin remedio alguno llevó a los comerciantes a la ruina, pues dejaron de tener el control y el monopolio sobre esta actividad. La Casa de Moneda, situada entonces en el Palacio Virreinal (hoy Museo Nacional de las Culturas, INAH) también fue controlada desde finales del siglo XVIII por la corona española.
Asimismo, la minería se reformó para su mejor explotación con la creación de un banco de avío, que era una organización gremial mucho más profesionalizada mediante una educación específica, con la finalidad de que esta actividad tan fructífera lo fuera aún más, y los beneficios repercutieran en las arcas de la corona.