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La estancia en los Estados Unidos, de casi dos años, significó para Octavio Paz el enfrentamiento con la imposibilidad de comunicarse; según recuerda Paz, en Los Ángeles sus padres lo llevaron a un colegio, «y como no hablaba ni una sola palabra de inglés me costó mucho trabajo comunicarse con mis compañeros. El primer día hubo burlas y, claro, una pelea. Regrese a casa con el traje desgarrado, un ojo semicerrado y la boca rota. A los dos años volví a México y sufrí lo mismo entre mis compatriotas: otra vez burlas y puñetazos».[8]
En 1929 José Vasconcelos se lanza a la gran aventura de buscar la presidencia, apoyado por aspiraciones legítimas de un sector social identificado con la autonomía universitaria. Arrebatado por la huelga estudiantil, Octavio Paz, pese a no haber participado en el movimiento vasconcelista, comulgó con el ideal que lo guiaba, se vio envuelto «en la gran fe vasconcelista, en ese fervor que posteriormente produjo muchas cosas y, entre ellas, una organización de estudiantes pro obrero y campesino de la que a su vez surgieron muchas gentes que con los años se convirtieron al marxismo o al sinarquismo».[9]
Octavio Paz se adhirió al anarquismo sostenido por José Bosch, un joven catalán a quien conocería entonces y que lo introduciría al «pensamiento libertario». Momento también de elecciones, Paz se enfrentaría a la que sería la disyuntiva de su generación: política o violencia, «de ahí la predisposición de algunos a las soluciones extremas: las tendencias al fascismo o al marxismo. Yo me identifiqué con la gente de izquierda».
Asumiendo esta elección, y siendo consecuente con ella, es como a los quince años Octavio Paz se convierte en activista de la fugaz Unión de Estudiantes Pro Obreros y Campesinos, y se inicia en la lectura de Kropotkin, Eliseo Réclus, José Ferrer y Proudhon, antecedentes con los que ingresa a la Escuela Nacional Preparatoria de San Ildefonso, donde habría de encontrar a un viejo conocido de su padre, Antonio Díaz Soto y Gamaliel Santana Banda quien, como profesor y amigo, le haría compartir la idea de que el movimiento zapatista encarnaba el verdadero espíritu de la Revolución.
Primeras experiencias literarias Editar
Deslumbrado, literalmente, por la lectura de The Waste Land de T. S. Eliot, traducido por Enrique Munguía como El páramo, y publicado en la revista Contemporáneos en 1930. Por eso, aunque mantuviese en sus actividades un prioritario interés en la poesía, atendía desde la prosa un panorama inevitable: "Literalmente, esta práctica dual fue para mí un juego de reflejos entre poesía y prosa".
Preocupado por confirmarse la existencia de vínculos entre la moral y la poesía, escribió en 1931, a los dieciséis años, el que sería su primer artículo publicado, «Ética del artista», donde, antes de plantearse la pregunta sobre el deber del artista entre lo que denomina arte de tesis o arte puro, descalifica al segundo en razón de la enseñanza de la tradición. Asimilando un lenguaje que recuerda al estilo religioso y, paradójicamente, marxista, encuentra el verdadero valor del arte en su intención, en su sentido, por lo que, los seguidores del arte puro, al carecer de él, se encuentran en una posición aislada y favorecen la idea kantiana del «hombre que pierde toda relación con el mundo».[10]
Explicación:
espero que te sirva