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Presentamos un volumen más de las homilías de monseñor Romero, que comprende casi seis meses de su predicación. Son las correspondientes a junio-noviembre de 1979, ciclo «B» de la Liturgia.
Una vez más se comprueban tres elementos típicos de su entrega de la Palabra de Dios. Un contenido doctrinal fuertemente sólido, una formulación creativa y una referencia constante a la realidad.
Al hablarnos de Juan Bautista en una de estas homilías lo presenta globalmente proponiéndolo como «paradigma» del hombre comprometido con Dios. Sus temas son: cada hombre es un designio de Dios, cada hombre es una vocación; estilo y contenido de su anuncio-denuncia.
Monseñor Romero es alguien que se hace leer, como en su vida era alguien que se hacía escuchar. «Cómo era la predicación de Juan Bautista y compárenla con la predicación de hoy, a ver quién tiene razón, si los que claman contra las injusticias y los atropellos del mundo o los que predican una doctrina tan blandengue, sin garra, si exigencias, que es muy bonito seguirla y es fácil pasarse a esas religiones de un evangelio sin reclamo». Así decía en su homilía sobre San Juan Bautista. Encontrarán en este tomo la homilía con ocasión del asesinato del padre Rafael Palacios, el quinto sacerdote asesinado hasta ese entonces.
El 1.º de junio de 1979 hablaba sobre «Cristo vida y riqueza del hombre», donde se refiere a las Comunidades de Base como potencial de los pobres. «Recuerden que la Escuela eficaz para descubrir estos valores de nuestros pobres, campesinos, el tesoro escondido en tantos corazones, es la Comunidad Eclesial de Base».
Mucho recomendamos, en el mismo mes de julio su homilía sobre el «Profeta». La presenta así: 1) La iniciativa es de Dios. Él es el que quiere profetas. 2) El profeta es un instrumento de Dios. Él va porque Dios lo manda. 3) La sociedad recibe o rechaza a Dios en la persona del profeta. A este tema dedica varias homilías, basado siempre en los textos bíblicos.
Su homilía sobre la familia de 7 octubre del 79 es un modelo claro de la profundidad, atención y dedicación que él daba a sus homilías. No era para él un trabajo que había que hacer. Era tan sólo parte de su misión de Pastor. Las religiosas que atendían el hospital de la Divina Providencia donde él vivía, han atestiguado cómo permanecía hasta muy entrada la madrugada, durante varias noches, meditando y pensando su predicación del domingo siguiente. No era para él una obligación a cumplir. Era una de las maneras de realizar la misión que Dios le había encomendado.
Escribir la historia de la Iglesia de El Salvador en este período, supondrá tener como base el pensamiento de uno de los obispos salvadoreños que siempre tuvo a la historia como relación necesaria de la Palabra que predicaba.
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