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El Reino del Norte fue el punto de destino de los desahuciados, los abandonados de aquel reino sin oportunidades. Al principio eran solo unos cuantos, pero, con el tiempo, los que escapaban comenzaron a llegar en desbandada. El Reino del Norte entró en pánico. ¿Qué iba a hacer con tanto pobre venido de allá abajo del río Grande? Y giró instrucciones de inmediato. Que se acabe esa estampida de humanos, ordenó el gigante.
Tenía este reino de abajo unos señores feudales muy poderosos, que gozaban de mucha influencia, pero de poco ingenio. Cada uno vivía enfocado en su señorío y ninguno pensaba en el reino.
Los señores Marroking controlaban el feudo de los medios de comunicación. Entre ellos decidían las noticias de los diarios. Su táctica era desprestigiar al rey, a sus lacayos y a cualquiera que quisiera construir un reino mejor, más justo y más equitativo. Ellos sabían que el poder político debía mantenerse debajo del zapato. Estos señores conspiraban y manipulaban a la población con fake news, que ya desde aquella época existían, solo que en aquel entonces le llamaban El Peladero.
Otro feudo era el de los señores del Caciking. Como su nombre lo indica, estos señores eran los caciques del barrio. Tenían el poder económico y eran dueños de grandes extensiones de tierra y de grandes industrias, pero no controlaban todo el rebaño. Tampoco estaban muy organizados. Y, a decir verdad, les faltaban luces para direccionar aquel barco. Entre ellos mismos no se ponían de acuerdo para nombrar un líder. Ensimismados en sus propios intereses, les costaba trabajo llegar a acuerdos y por ratos hasta a ceder.
Para colmo, este reino de señores miopes y nefastos estaba encabezado por un rey que no gobernaba. Quizá no lo dejaban los señores feudales o tal vez él tampoco sabía para dónde encauzar la nave. Inició su reinado gozando de la confianza y la esperanza de sus vasallos, pero poco a poco, entre que se quedaba dormido en las reuniones y entre otras metidas de pata, la gente fue perdiendo fe en el soberano. Por eso comenzaron a llamarlo el Rex Inútilis.
Los súbditos, como siempre, llevaban la peor parte. Sin embargo, tampoco conseguían organizarse. Estaban a la deriva, sin líder y sin programa. No lograban definir las batallas porque tampoco sabían muy bien por qué luchaban. Se la pasaban desgastados, divididos en ideologías de colores y sin un líder visionario.
El reino de abajo estaba desbordado. Los señores feudales no levantaban cabeza. El rey demostraba ser inútilis a cada rato. En medio de este desorden real, los emisarios del Reino del Norte tomaron parte en el debate. Movieron mesas, botaron platos, despeinaron a unos cuantos y a otros los hicieron hincarse. Algunas cabezas rodaron, pero el caos no se acababa.
El reino seguía descabezado y sin rumbo claro. Se iba al despeñadero a toda marcha.
Había que hacer algo. La solución estaba a la vista. La estrategia no podía ser más clara. El Rex Inútilis, los señores feudales y la plebe tenían que optar por el diálogo, el consenso y los pactos: trabajar de la mano, aunque fuera por un rato. El Paraíso Desigual tiene que cambiar las reglas del juego y convertirse en un reino incluyente y solidario.
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