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Los movimientos indígenas en Chiapas han sido cíclicos, hay muchos testimonios de ello. Jan de Vos, en su investigación La paz de Dios y del Rey, habla de cómo, a finales del siglo XVII, los lacandones fueron exterminados al resistirse a ser cristianizados. En su voluminosa historia sobre esa entidad, Manuel Trens da referencias de estos periódicos levantamientos y en su novela Oficio de tinieblas, apoyada en datos históricos, Rosario Castellanos relata la rebelión a mediados del siglo XIX.
Intelectuales y politólogos vertieron mucha tinta sobre el levantamiento desde el 1 de enero de 1994, pretendiendo explicar los acontecimientos. Tal vez la reflexión más certera la hizo José Saramago:
“Fuimos a Chiapas. Recogimos impresiones, compartimos el dolor y las lágrimas como otros que fueron antes y los que irán en el futuro. Sabemos que tenemos obligación de contar lo que vimos (…) Chiapas no es una noticia en un periódico, ni la ración cotidiana de horror. Chiapas es un lugar de dignidad, un foco de rebelión en el mundo patéticamente adormecido”.
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