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Respuesta:
La caída de Samaria (año 721 a.C.) seguida por la desaparición del reino de Israel del norte fue
interpretada teológicamente como respuesta de Yavé a la apostasía generalizada del reino
de Israel: la historia daba la razón a Jerusalén (años más tarde, esta lectura quedó confirmada con
la liberación de la ciudad y del Templo de Yavé del asedio de Senaquerib).
Jerusalén se convirtió en el único santuario yaveísta que permaneció indemne y vio confirmada su
calidad de "lugar sagrado" en el sentido que David y Salomón le quisieron dar. Por otra parte, la
multiplicidad de santuarios del norte debía ser erradicada. Con estas convicciones se llega, hacia la
mitad del siglo VII a.C., a la redacción del Deuteronomio y a la reforma religiosa del rey Josías
(Dubnow, 1944, p. 27).
Isaías incluía un mensaje de hostilidad absoluta hacia los demás dioses, lo cual enfrenta el
yaveísmo al paganismo (que por naturaleza era tolerante hacia cualquier nueva divinidad,
siempre y cuando los cultos antiguos no fueran amenazados). El punto cumbre de este "conflicto"
lo representaría Josías y su reforma religiosa (año 622 a.C.), enmarcada en el movimiento de "solo
Yavé" y teniendo como respaldo el Deuteronomio, "depura" el Templo, destruye la idolatría y la
presencia de otros dioses en Israel (2 Reyes 23:3-27).
Esta reforma es únicamente "la punta del iceberg" de un proceso extenso y complejo por el que la
religión de Israel, basada inicialmente en una relación descentralizada e informal con Dios, sin altares
ni casta sacerdotal "oficial", desarrollara, progresivamente, prácticas detalladas y rigurosas,
centralizadas en Jerusalén y el Templo, con una casta sacerdotal que poseía determinadas
atribuciones (ver, por ejemplo, los trabajos de Julius Wellhausen, Prologomena of Israel History, y
posteriores, al respecto). De ser una institución muy discutida (por su origen y estilo cananeos), la
monarquía y la "casa de David" renovaron su fundamentación. El proceso de reformas duró poco
pero dejó huellas profundas: la muerte prematura del rey detuvo las reformas las cuales fueron,
sin duda, resistidas (Adam, 1938, p. 51-57).
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