• Asignatura: Castellano
  • Autor: agomezzamora
  • hace 4 años

y la última parte de mi tarea dice posteriormente vuelve a escribir el texto modificando los nexos para darle coherencia ayúdenme plis ​

Respuestas

Respuesta dada por: pamelaalexandramatam
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Respuesta:

Los hijos también mueren.

En mí era una posibilidad descartada. Nada hacía creer que nuestros proyectos se truncarían con la muerte de Jorge, el 24 de junio de hace varios meses. El sentido de pérdida y derrota afloró en mi vida.

El futuro entró en pausa. Mis éxitos personales, familiares y profesionales fueron avasallados. Ocho días antes, el día del padre lo celebraba con un video de 19 segundos enviado desde el puerto en que Jorge vacacionaba con Javier, mi otro hijo. Jorge —mi Yuyín— se despedía con un largo y profundo “byeeeee”, adornado con un “te quiero, pa”. Una indómita premonición: 30 minutos después, Javier mandó un mensaje a Gisela y Andrea, nuestras hijas: Jorge se había accidentado y lo mejor sería que tomásemos un vuelo para alcanzarlos.

Confusión plena. Mi esposa Gisela, unos minutos antes risueña y jovial, enmudeció. Yo, paralizado, incrédulo de que mi tercer hijo estuviera en riesgo de muerte, me resistía a viajar. ¿Pues no que los Pérez de Acha Chávez estábamos emparentados con la inmortalidad? Solté amarras. Nuestros tres hijos controlaron la logística: Gisela y Andrea en la Ciudad de México; Javier, en otro paralelo. Un mosquetero y dos guerreras en torno a nuestro inmarcesible D’Artagnan.

A partir de ahí todo fue vertiginoso: regreso a casa, maletas, taxi, aeropuerto, pasajes… En apenas cuatro horas íbamos en un avión hacia una ciudad atlántica. Por mi mente cruzaba mucho y nada: un día del padre que no fue festejo, una juventud a punto de volverse olvido, una muerte que deambulaba en vida.

Aturdimiento e incredulidad. Estaba mareado, como girando sin girar. En mis oídos retumbaba con un estruendo: “byeeeee, te quiero, pa”. Veía y escuchaba —sin ver ni escuchar— los mismos 19 segundos tras un telón: el final de la vida de mi hijo. Los minutos eran pasmosamente lentos y a la vez fugaces. Dormía despierto, leía sin leer, reflexionaba sin pensar, oraba sin meditar. La danza de la vida y la muerte en una correa sinfín.

Aterrizamos en el aeropuerto de una ciudad remota. Una tarde nublada nos abrazó a manera de pésame. La atmósfera era sombría y cansina, al igual que nuestro humor. De nuevo, maletas y un par de taxis al Hospital Santo Antonio. Afuera, en la banqueta, Javier nos recibió. Un pinchazo más. Su cara, ajada por el cansancio y el dolor, nos dio la bienvenida. Nuestros cuerpos se entrelazaron y lloramos, lloramos mucho y muy fuerte, esperanzados en que nuestras lágrimas fueran el preludio de un distinto despertar.

Caía la noche, fresca y desabrida como en cualquier hospital. “Suban dos pisos, y al fondo, a la izquierda, encontrarán el área de terapia intensiva”, fueron las indicaciones. Llegamos y tocamos el timbre. A los dos minutos se presentó el doctor de guardia, también de nombre Javier: “familiares de Jorge, ¿verdad? Entren de dos en dos. Tendrán que utilizar mascarilla, gorro, guantes y bata, y lavarse las manos con gel antiséptico”.

Al unísono, Gisela y Andrea dijeron: “entren ustedes, padres”. Sudor frío, quijada trabada y caminar torpe. No quería entrar. Tenía miedo, mucho miedo.

Mi mente estaba desquiciada. Me negaba a cruzar la puerta. Esquivé camas, trípodes, sueros y médicos. La pesadilla era insufrible. De la mano de mi esposa, nos topamos con Jorge. No lloré. La incredulidad bloqueó mis sentimientos. Ahí estaba el Yuyín, dormido y rozagante, con rostro sereno. “Mi osito de peluche”, pensé ridículamente. Espasmos breves y sincopados suplicaban más vida. Tan fácil como despertarlo cuando niño en su primer día de clases, pero tan imposible como someter al destino. Me vencí: lloré a capela, a grito abierto.

Explicación:


agomezzamora: esa cuál es xd
germanpro7: tonta
pamelaalexandramatam: grosero
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