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Hace unos años escribí Le Decían Lolo: Presencia del Che en las Mujeres Guerrilleras, una crítica al concepto del “hombre nuevo”, porque existe una gran injusticia contra las mujeres que se integraron a la guerrilla, y cuya saga fue más terrible que la de los guerrilleros porque, además de su determinación ideológica, tenían que bregar con las particularidades de su sexo: la menstruación y los posibles embarazos resultantes de las violaciones sexuales.
Me embarqué entonces en recuperar la presencia de mujeres como Juana de Azurduy o Manuelita Saenz, no ignorando que había otro protagonismo más silencioso y tenaz: el de las madres y hermanas de los próceres. Un patriotismo de la cotidianidad donde las armas eran la máquina de hacer velas o la de coser, donde mujeres como Rosa Duarte cosieron la patria.
¿Qué sabemos de Rosa? Que nació en 1821 y murió en 1888; que fue activa miembro de la Sociedad Secreta “La Trinitaria” y participó en los preparativos de la proclamación de la República. Autora, según Demorizi, del “Nuevo Testamento” de nuestra historia, se puede vislumbrar su carácter en sus apuntes sobre la lucha por la independencia donde dice: “Dios me ha conservado la facultad de pensar (ojo, se suponía que no pensábamos) y recordar y también me ha concedido el sagrado derecho (ojo) de protestar contra los traidores de la Patria”.
Esa conciencia la llevó a desafiar la prohibición a las mujeres de participar en “comedias, farsas y obras de teatro”. Fue militante. Junto con sus amigas fabricó una gran cantidad de balas para el movimiento libertador. Difícil imaginar en aquella muchacha a una guerrillera en ciernes, capaz de renunciar a la acción debilitante -en ese entonces- del amor de quien fuera su mentor y enamorado: Tomás de la Concha, fusilado en 1855.
Es esa mujer, deportada junto a su familia a Venezuela, la que sostiene a su hermano y lo alienta, algo a lo que ni Joaquín Balaguer, en su Cristo de la Libertad, ni Pedro Troncoso Sánchez, en su Vida de Juan Pablo Duarte, rinden debido tributo.
Duarte pudo ser, según Balaguer, un “extraterreno que vivió como un santo”, pero Rosa fue “la rosa que simboliza la copa de vida, el corazón, el amor, un centro místico. Copa que recoge la sangre de Cristo en la iconografía cristiana y la transfigura en regeneración. Rosa Cándida de la Divina Comedia, símbolo de virginidad, y del renacimiento místico que ha de tener el país en el 2012, sencillamente porque son cinco sus pétalos y cinco es el número de las mutaciones, cuando según el Eclesiastés (24.4) nos elevaremos como brotes de rosas de Jericó, sobre la Rosalía de las tumbas.