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Es un tópico”, que Estados Unidos, “que hace apenas unos años era saludado como un coloso que dominaba con paso seguro el mundo entero, detentando un poder sin paralelos y un estilo de vida inmensamente atractivo, se halla hoy en decadencia, encarando la ominosa perspectiva de su propio desmoronamiento”. Este tópico, expresado en el verano de 2011 en la revista de la Academia de Ciencias Políticas, es, de hecho, dado por cierto por grandes sectores. Y no sin razón, aunque sea menester puntualizar algunas cosas. La decadencia, en efecto, es un proceso que se inicia en el momento de mayor poder de Estados Unidos, poco después de la Segunda Guerra Mundial; la retórica específica de los varios años de triunfalismo que se vivieron en la década de los noventa fueron mayormente una forma de auto engaño. Además, la conclusión a la que se llega generalmente —que la potencia mundial del futuro será China o la India— es bastante dudosa. China e India son países pobres con severos problemas internos. El mundo, sin la menor duda, se hace más diverso, pero, a pesar de la decadencia de Estados Unidos, en el futuro previsible no hay competidor alguno en lo que se refiere al poder hegemónico global.
Si se revisa brevemente así sea una parte de la historia relevante, durante la Segunda Guerra Mundial los planificadores reconocían que Estados Unidos emergería de la guerra en una contundente posición de poder. Está más que claro, de acuerdo con los documentos disponibles, que “la meta del Presidente Roosevelt era la hegemonía de Estados Unidos en el mundo de la postguerra”, para citar la afirmación del historiador de la diplomacia Geoffrey Warner, uno de los especialistas más destacados en la materia. Entonces, se desarrollaron planes para controlar lo que se llamó “una Gran Área”, que incluía al menos el Hemisferio Occidental, el Lejano Oriente, los territorios del antiguo Imperio Británico —incluidas las cruciales reservas de petróleo del Medio Oriente— y tantos territorios del continente Euroasiático como fuese posible; al menos, sus regiones industriales más importantes en Europa Occidental y los estados del Sur del continente europeo, considerados como esenciales para asegurar el control de los recursos energéticos del Medio Oriente.
En estos amplios territorios, Estados Unidos debía mantener “un poder incuestionable”, con “supremacía militar y económica”, asegurándose, al mismo tiempo, de “limitar cualquier ejercicio de soberanía” por parte de estados que pudieran interferir en sus designios globales. Estas doctrinas aún prevalecen, si bien su alcance se ha reducido.
Las medidas de tiempo de guerra, que serían implementadas poco después, no eran poco realistas. Estados Unidos para el momento era, con mucho, el país más rico del mundo. La guerra le puso fin a la Depresión y la capacidad industrial estadounidense casi se cuadruplicó, mientras los rivales se veían diezmados. Al final de la guerra, Estados Unidos poseía la mitad de la riqueza del globo y una seguridad sin igual. Cada región de la “Gran Área” tenía asignada su “función” dentro del sistema global. La “Guerra Fría” que sobrevendría tuvo que ver, mayormente, con los esfuerzos de las dos superpotencias para mantener el orden en los territorios que dominaban: para la URSS, Europa Oriental; para Estados Unidos, casi todo el resto del mundo.
Para 1949, la “Gran Área” se veía ya seriamente erosionada por “la pérdida de China”, que es como generalmente se llama a este suceso. La frase es interesante: uno sólo puede “perder” lo que posee; y se da por sentado que Estados Unidos posee la mayor parte del globo por derecho propio. Poco después, el Sudeste Asiático comenzó a salirse de control, lo que llevó a las horrendas guerras de Washington en Indochina y a las inmensas masacres en Indonesia en 1965, mientras se restablecía el dominio estadounidense. Entretanto, la subversión y la violencia masiva contra ésta continuaban en todas partes, en un esfuerzo por mantener lo que han dado en llamar “estabilidad”, y que significa aceptación de las exigencias de Estados Unidos.
Pero la decadencia era inevitable, a medida que el mundo industrial era reconstruido y el proceso de descolonización seguía su agónico curso. Para 1970, la porción de la riqueza del mundo en manos de Estados Unidos se había reducido a cerca del 25 por ciento, cifra todavía colosal pero mucho menor que la previa. El mundo industrial se estaba tornando “tripolar”, con ejes de poder en Estados Unidos, Europa y Asia, que tenía a Japón como centro, y que ya para entonces se estaba convirtiendo en la región más dinámica.
Respuesta:
Es un tópico”, que Estados Unidos, “que hace apenas unos años era saludado como un coloso que dominaba con paso seguro el mundo entero, detentando un poder sin paralelos y un estilo de vida inmensamente atractivo, se halla hoy en decadencia, encarando la ominosa perspectiva de su propio desmoronamiento”. Este tópico, expresado en el verano de 2011 en la revista de la Academia de Ciencias Políticas, es, de hecho, dado por cierto por grandes sectores. Y no sin razón, aunque sea menester puntualizar algunas cosas. La decadencia, en efecto, es un proceso que se inicia en el momento de mayor poder de Estados Unidos, poco después de la Segunda Guerra Mundial; la retórica específica de los varios años de triunfalismo que se vivieron en la década de los noventa fueron mayormente una forma de auto engaño. Además, la conclusión a la que se llega generalmente —que la potencia mundial del futuro será China o la India— es bastante dudosa. China e India son países pobres con severos problemas internos. El mundo, sin la menor duda, se hace más diverso, pero, a pesar de la decadencia de Estados Unidos, en el futuro previsible no hay competidor alguno en lo que se refiere al poder hegemónico global.