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Durante esta etapa se han estado combinando las quedadas virtuales con la oferta cultural disponible online. Destacan acciones como #LaLigaSantander Fest, que ha compaginado las actuaciones musicales con entrevistas o apariciones de futbolistas y otros personajes, todos desde sus casas y con un fin solidario: recaudar fondos para conseguir material sanitario.
Nuestro mundo, en cierta medida, se ha hecho más global durante el confinamiento. No está permitido viajar, pero se puede tener el mismo contacto, adaptándose a los husos horarios, con el amigo que vive a dos manzanas de nuestra casa que con el familiar que vive en la punta más alejada del planeta.
Esto también ha afectado a esa oferta de ocio virtual que, más que nunca, es una oferta mundial. Las opciones incluyen desde entrar en el Louvre parisino hasta disfrutar del festival Jersey4Jersey que, con el objetivo solidario de recaudar fondos para los más desfavorecidos, nos ha permitido adentrarnos en las casas de estrellas mundiales como Bruce Springsteen o Bon Jovi. Esto es solamente un ejemplo, pues son miles las opciones de las que se ha podido disfrutar y los eventos virtuales que se han creado con un fin solidario.
El problema de la simultaneidad
Aun con todo ello, el ocio y las relaciones sociales no terminaban de poder combinarse: precisamente porque el contenido virtual no suele consumirse “en directo”, a una hora determinada en un día determinado. Incluso redes sociales como Instagram permiten que todos sus contenidos estén disponibles durante 24 horas. Por ello, cuando se queda para hablar con la familia o los amigos, se deja el concierto de lado y se recupera al terminar la videollamada.
Esto ocurre también porque hay una sobreoferta de acciones y eventos. Si en tiempos normales el ciudadano medio acudía a uno o dos conciertos al año y visitaba tres o cuatro exposiciones, ahora son infinitas las ofertas de ocio y cultura de las que dispone, y todas ellas sin levantarse del sofá.
Un cambio de paradigma
El evento ya no es el momento por el que se regía nuestro horario, sino que lo postergamos hasta que sea buen momento para disfrutarlo. Este nuevo paradigma obliga a cambiar, ya no solo formatos, también contenidos. Y obliga a los organizadores a esforzarse aún más en ofrecer eventos que emocionen al público.
Ahora que todos somos organizadores de eventos en potencia, con nuestra capacidad para convocar videoconferencias y reuniones, los profesionales de este campo se enfrentan a un nuevo reto. Necesitamos ser capaces de crear productos que puedan comercializarse, y que consiga aunar el evento “de conexión social” con el de entretenimiento.
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