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A diferencia del vecino reino de Portugal, España careció durante la época de los Reyes Católicos de una política de expansión ultramarina atlántica, a pesar de su ventajosa ubicación geográfica. Ello se debió fundamentalmente al hecho que Fernando de Aragón representaba a un reino que a partir del siglo XIII miraba hacia el mediterráneo occidental y, en especial, hacia el reino de Nápoles, además de las islas Baleares y Cerdeña. El motivo de esta atracción era la riqueza del mundo italiano, su banca y ciudades y el dominio de las rutas comerciales del trigo y las especias.
La expansión del reino de Aragón y Cataluña por el Mediterráneo alcanzó su punto máximo cuando, en 1504, se incorporó Nápoles al territorio aragonés. A raíz de esto, puertos como Barcelona y Valencia se transformaron en prósperos centros de intercambio y grandes constructores de barcos. Esta vocación mediterránea implicó, asimismo, que los fondos de la corona se destinaran a empresas militares que se llevaban a cabo en torno a dicho mar para dominar el territorio italiano y mantener a raya el poderío turco que crecía en África del Norte. Por lo tanto, en la época de los Reyes Católicos no había dinero para costear expediciones exploratorias en el Atlántico. Salvo el control de las islas Canarias, España no se interesó en incursionar por el vasto Océano y dejó el camino abierto a los portugueses.