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Los ciudadanos solemos anteponer los valores éticos a cualquier proyecto económico, social o cultural. Exigimos unos mínimos éticos a nuestros representantes. Sin embargo, esas expectativas no se cumplen. Decepcionados, creemos que los políticos solo desean alcanzar el poder y que harán cualquier cosa para obtenerlo. Predomina la racionalidad estratégica: los votantes somos un mero medio para satisfacer sus deseos. De las otras dimensiones de la racionalidad, como la ética y la comunicativa, ni hablamos. Cuando son mencionadas es para adornar el discurso, nada más. La mayoría de los políticos, quizás todos, están atrapados en las maquinarias de sus partidos. De aquí se derivarían muchos vicios, como el engaño, la codicia, el abuso, la manipulación, la imprudencia, la intolerancia… Obnubilados por las riquezas y el poder, tratan como objetos a los votantes y a los contrincantes.