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Según los especialistas, se trata del mayo más tórrido que se recuerda en la historia climática del contorno. Aunque aseguran que todo se acrecentará con la entrada de una potente lengua de aire del norte de África que chocará con el viento de poniente instalado en las capas bajas de la atmósfera, yo lo que sé es que en este mismo mes flamenco y primaveral del 91 hizo todo lo contrario, un frío que pelaba, y fue la primera vez que me enganchó el lumbago al ir a plantar unos pinos con unos amigos en plan familiar. Y, por si quieren apuntarlo, la única similitud es que en aquella ocasión también hubo municipales y autonómicas el veintitantos. O sea que no digo que el tiempo no esté loco, pero que hay factores que influyen.
Al menos, los entendidos en la materia tienen trabajo. Menos da una piedra. Y señalan que no se puede predecir cuántos periodos de temperaturas extremas tendrán lugar en el futuro ni cuáles se producirán por el cambio climático o los hubiéramos tenido de igual modo en un ambiente libre de gases de efecto invernadero. Pero no piensan igual los que fijaron la cita con las urnas para dentro de un par de domingos.
Vaticinan que, como en esta hora y en la de noviembre se imponga el programa de Podemos, se esfumará hasta el derecho a votar y la plebe del otro lado no para de recordar que es bajo los efluvios que emanan los excesos cometidos por los galanes que dominan el mapa cuando el ambiente se ha tornado irrespirable. El caso es que, desde que entró mayo, los termómetros han sido incapaces de registrar temperaturas normales, con desviaciones que han traído este sofoco. Lo chocante es que pregunten a los meteorólogos.