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Paralelamente, cabe tener en cuenta que por medio de la práctica social las sociedades han desarrollado experiencias y sistematizado formas especiales de "conocer y saber" acerca de la salud y la enfermedad, que han ido configurando un conjunto de nociones y conocimientos formados en la práctica cotidiana y espontánea de la gente común, hasta llegar a la práctica empírica que concentra y sistematiza la experiencia de la colectividad en largo tiempo.2 Este saber informal, de indudable valor cultural, es considerado por algunos salubristas como algo que es necesario conservar o recuperar debido a su valor secular.
que es más verdadera que cualquier modelo no científico del mundo
que es capaz de probar, sometiéndola a contrastación empírica, esa pretensión de verdad.
que es capaz de descubrir sus propias deficiencias
que es capaz de corregir sus propias deficiencias.
Lo que se propone sobre estas bases es construir representaciones parciales de la realidad que la modelen de manera cada vez más adecuada. Nunca parte de postulados mesiánicos e inamovibles; en todo caso, de hipótesis siempre abiertas a ser desechadas o mejoradas si se hallan motivos para ello. Ninguna especulación extracientífica es tan modesta ni da tanto de sí. La pseudociencia es, en cambio, típicamente arrogante, se autoproclama dueña de la verdad y raramente se autocritica.
Las especulaciones no científicas acerca de la realidad suelen caracterizarse por uno o más de los siguientes rasgos:
no suelen formular interrogantes transparentes, sino más bien problemas para los que ya se tienen respuestas anticipadas
no proponen hipótesis ni explicaciones fundamentales y contrastables; para averiguar la verdad se valen de técnicas inescrutables
no se proponen hacer contrastaciones objetivas de sus tesis y desdeñan o eluden los estándares universalmente admitidos para ello
suplen los argumentos estructurales con ilustraciones de sus concepciones y las evidencias estadísticas con anécdotas
las leyes que esbozan o enuncian son básicamente especulativas y se definen a través de categorías difusas y elusivas
permiten la coexistencia de contradicciones internas en su propia formulación; su carácter sectario no consiente las enmiendas que se podrían derivar de dichas contradicciones.
, ¿por qué no aprovechar el recurso terapéutico sin más discusión?, ¿cuál es la posición científicamente válida ante este dilema?
Hay dos razones de naturaleza diferente pero cada una suficiente para objetar la traslación de este burdo pragmatismo a la ciencia médica. La primera concierne al espíritu del pensamiento científico. Aceptar las terapias a partir exclusivamente de sus éxitos clínicos, supone un error metodológico, porque tiende a convalidar la renuncia a determinar su base teórica y restringe la investigación, si es que la admite, a un marco puramente empírico. El problema de aceptar oficial o socialmente terapias sin base científica, y manejarlas como válidas, puede suponer un freno y un retraso grave en dicha investigación, e implicar a la larga grandes despilfarros en inversiones y subvenciones. Además de lo anterior, hay que enfatizar que tal convocatoria supone restringir nuestras herramientas valorativas al marco del pragmatismo, como si la teoría y el conocimiento general no pudieran ser útiles incluso para el propio perfeccionamiento de dichas terapias. Cabe no perder de vista una realidad admitida en todos los entornos mundiales en que rige un sentido estratégico de la ciencia: "La práctica sin teoría es ciega y la teoría sin práctica es estéril".5