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Explicación:
Durante la edad media las ideas del escolasticismo se impusieron en el ámbito educativo de Europa occidental. El escolasticismo utilizaba la lógica para reconciliar la teología cristiana con los conceptos filosóficos de Aristóteles. Un profesor relevante del escolasticismo fue el eclesiástico Anselmo de Canterbury, quien, como Platón, defendía que sólo las ideas eran reales. Otro clérigo, Roscelino de Compiègne, en la línea de Aristóteles, enseñaba el nominalismo, doctrina según la cual las ideas universales son flatus vocis y sólo las cosas concretas son reales. Otros grandes maestros escolásticos fueron el teólogo francés Pedro Abelardo, discípulo de Roscelino, y el filósofo y teólogo italiano Tomás de Aquino. A lo largo de este periodo los principales lugares para aprender eran los monasterios, que mantenían en sus bibliotecas muchos manuscritos de la cultura clásica anterior. Por este tiempo se abrieron varias universidades en Italia, España y otros países, con estudiantes que viajaban libremente de una institución a otra. Las universidades del norte, como las de París, Oxford, y Cambridge, eran administradas por los profesores; mientras que las del sur, como la de Bolonia (Italia) o Palencia y Alcalá en España, lo eran por los estudiantes. La educación medieval también desarrolló la forma de aprendizaje a través del trabajo o servicio propio. Sin embargo, la educación era un privilegio de las clases superiores y la mayor parte de los miembros de las clases bajas no tenían acceso a la misma. En el desarrollo de la educación superior durante la edad media los musulmanes y los judíos desempeñaron un papel crucial, pues no sólo promovieron la educación dentro de sus propias comunidades, sino que actuaron también como intermediarios del pensamiento y la ciencia de la antigua Grecia a los estudiosos europeos. Los centros de Toledo y Córdoba en España atrajeron a estudiantes de todo el mundo civilizado en la época.
Establecieron varios aspectos de método y concepto especialmente útiles para considerarlos límites de la disciplina en cuestión. Consideraron que la “Tradición textual”. (Más conocida como “Transmisión textual”) de los autores clásicos, al considerarlos como parte integrante de la T.C., creaba una interesante dicotomía entre lo que es una tradición propiamente intralingüística (tradición textual como tal) y otra donde los motivos y los aspectos de la literatura antigua transcendían al ámbito de las lenguas modernas. Si bien es esta última acepción la que con más frecuencia constituye el objeto de la T.C., el aspecto textual ofrece perspectivas más que insólitas y novedosas a la hora de concebirla no tanto como un estudio específico sino como un hecho que puede dejar su huella tanto en las traducciones como en las propias reminiscencias literarias. De esta forma, la T.C. clásica no sólo tendría que concebirse, en principio, como la ya referida historia de los autores grecolatinos en las literaturas modernas, sino que habría que considerar igualmente la propia historia de la transmisión textual. Este hecho de ponderar la tradición textual no está desconectado en absoluto de la segunda llamada de atención que se hace en esta obra, pues al dedicar su estudio, precisamente, a la T.C. durante la Edad Media, los autores ponían en evidencia lo erróneo que resulta considerar lo medieval como algo ajeno al legado de la Antigüedad (precisamente, un período clave para la transmisión de los textos clásicos desde el mundo antiguo al moderno ), a pesar de la tendencia mayoritaria a relacionar la T.C. preferentemente con el renacimiento.
A primera vista puede parecer sorprendente y hasta paradójico que relacionemos los términos tradición clásica, o humanismo, con la Edad Media, sea hispánica o europea, en primer lugar, porque la inmensa mayoría de los historiadores de las literaturas vinculas cuando dedican un capítulo a estos temas lo comienzan siempre a partir del Renacimiento y sobre todo porque los propios humanistas italianos dejaron muy claro que su ideal de civilización inspirado en la Antigüedad grecolatina se oponía radical-mente a la Edad Media, que para ellos era sinónimo de barbarie [...] (González Rolán. En efecto.