• Asignatura: Historia
  • Autor: infernos237
  • hace 4 años

personajes principales de la lectura hombre en la inicial ​

Adjuntos:

sofi1jimenez: mejora tu letra :v

Respuestas

Respuesta dada por: lili14548383
1

Respuesta:

te escrivo la respuesta. mañana

Respuesta dada por: karen524551
1

Respuesta:

3

tanto que le pedí a mi abuela que me hiciera un traje de

cruzado. En esa época los niños de Mixcoac mostraban su

vocación épica disfrazándose de indios o vaqueros; a veces,

algún desesperado se vestía de Superman. No necesito decir

que mi aparición en la calle de Santander fue atroz: la cruz

destinada a amedrentar moros y la cota de malla hecha con un

mosquitero me dejaron en ridículo. Aun así, Rodrigo Díaz de

Vivar siguió siendo mi héroe secreto y ante la oferta de la

señorita Muñiz no vacile en escoger el Cantar de Mío Cid. El

encontronazo con los clásicos me dejo pasmado: era increíble

que una película excelente se hubiera hecho de un guión tan

malo.

Como tantos maestros, la señorita Muñiz pensaba que

debíamos ingresar a la literatura por la puerta gótica. Hubiera

sido más sensato empezar por Mark Twain, J.D. Salinger o

algún crimen apropiadamente sangriento, y avanzar poco a

poco hasta descubrir que también el Cantar de Mío Cid era

materia viva. Como esto no ocurrió, pasé los siguientes años  

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evitando todo contacto con la literatura. Salí de la secundaria

con un récord de dos libros en mi haber. Uno en contra, otro

a favor. Me sometí a la tiranía sentimental de Corazón, diario de

un niño; me enjugaba las lágrimas, preguntándome si alguien

leería eso por gusto (yo al menos estaba llorando para pasar

Español). El segundo libro me cautivó como un sueño oscuro;

durante semanas sólo pensé en el Capitán Hatteras y su

arrebatado viaje al polo norte. La novela de Julio Verne era

una inmejorable invitación a la literatura, pero algo me

detuvo; la epopeya en el hielo se impuso en mi imaginación

como un cataclismo excesivo; salí del libro como quien

sobrevive a un huracán.

Los momentos que cambian el curso de una vida son difíciles

de rastrear. Muchos años después, ante el pelotón de

fusilamiento o en el diván del psicoanalista, tratamos de

otorgarle una lógica a los actos que no obedecieron sino a un

profundo azar. Yo también he olvidado el nombre de la niña

maravillosa que en quince minutos de un recreo me describió

la belleza del mundo y me embarró su gelatina en la cara. Sin

embargo, como un raro privilegio de la memoria, recuerdo la

tarde en que mi vida cobró forma en las páginas de un

extraño autor sin apellido. José Agustín logró el rapto

predilecto de los escritores; ganar a alguien para la literatura:

el lector ideal es el que hasta ese momento no ha leído un libro

por gusto.

El verano de 1972 me encontró en las vacaciones entre la

secundaria y la preparatoria, en un planeta miserable donde

los Beatles se habían separado y el mejor equipo que jamás

salto a la cancha se convertía en el Atlético Español. Un  

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infierno de

tardes eternas,

muchachas

inalcanzables,

calles que

conocía en

todas sus

cuarteaduras.

En aquel

marasmo, ocurrió el milagro: sonó el timbre y Jorge

Mondragón, cuyo nombre de guerra era El Chinchilín, entró

a mi casa ¡con un libro! Los ojos le brillaban como si

contemplara la legendaria jugada de pizarrón entre el Yuca

Peniche y el Morocho Dante Juárez. El ideal de Mallarmé se

consumó en la recámara: para

Jorge, el mundo se había

convertido en un libro: De perfil,

de José Agustín. No le hubiera

hecho caso de no ser porque

habló con un morbo fascinante.

Se quedó viendo la foto del

autor

y

dijo:

- Francamente no sé cómo le hizo

para ligarse a Queta Johnson.

De inmediato quise saber cómo le

hizo.

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Jorge y yo ignorábamos que se pudiera escribir ficción en

primera persona, leímos De perfil como trozo de vida. Con la

enorme vanidad de la adolescencia, la novela me gustó tanto

como si yo la hubiera escrito. ¿Cómo había hecho el autor

para conocer hasta mis tribulaciones más íntimas? El

protagonista no tenía nombre porque José Agustín quería

evitarme el quemón de que me reconocieran en la calle. La

novela transcurría en las vacaciones entre la secundaria y la

preparatoria y era demasiado semejante a mis días sin brújula.

Hasta ese momento decisivo yo creía que un romance era

“literario” si el beso lo daba un griego.

Durante esas vacaciones no hice más que leer De perfil. Fuera

de sus páginas todo me parecía ficción. Desde la ventana del

departamento veía las azoteas, los pájaros que volaban de

unas antenas de televisión a otras, y me preguntaba qué

estarían escribiendo en las casas de enfrente; de golpe

percibía mi colonia como una colmena de escritores, resultaba

inconcebible que alguien se dedicara a otra cosa, la realidad se

había vuelto un enorme pretexto para escribir

novelas.

En 23 años no he vuelto a leer el libro que decidió mi

vocación, pero no he perdido un detalle de su copioso mundo:

el dedo gordo-flaco de Queta Johnson, la mano de Violeta

que se retira cuando su marido trata de tocarla, el nacimiento

del protagonista en el capítulo final. Casi todas las

expresiones artísticas circulan en la orilla de la memoria; sólo

la literatura se hunde de lleno en el tiempo perdido: un libro

nos puede gustar más o menos al cabo de los años sin

Explicación:


infernos237: y eso
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