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Por Juan Alberto Osorio
Fuente: Revista Arteidea Nº 27
En estos tiempos de primacía de la narrativa, muchos son los poetas que recalaron en sus predios. Por el contrario, difícil encontrar narradores que se hayan tornado poetas. Así, es pertinente hablar de la narrativa de los poetas. El caso de Samuel Cardich es diferente: se trata de uno de los escasos escritores peruanos que alterna, con eficacia, las escrituras poética y narrativa. Repitiendo, y no parodiando, a ciertos españoles del siglo XVI, de quienes se decía que tomaban "ora la pluma, ora la espada", diríase que Cardich toma ora el verso, ora la prosa narrativa. Y así, en ese orden, ya van cuatro libros editados: Hora de silencio (poesía, 1986), Malos tiempos (cuentos, 1987), De claro a oscuro (poesía, 1995) y Tres historias de amor (cuentos, 1996). Este último acaba de ser reeditado, en diciembre último (Editorial El albatros, Lima, 2002).
No sabemos si en esta segunda edición, el autor introduce algunas variantes textuales. De ser así, ello obligaría a una aproximación intertextual; pero en este comentario, obviamos tal posibilidad. El libro reúne tres relatos: El hombre que lo arreglaba todo, Nati y los gorriones e Historia de un feo que se fue a morir en un pueblo de bellos. El primero toma parcialmente los recursos del relato oral, y es la historia de un hombre que recorre, incansable y sin rumbo fijo, pequeños poblados de la sierra. Permanece en cada lugar el tiempo justo para realizar reparaciones de todo tipo, y marcharse en su caballo esmirriado. Nadie conoce su nombre, ni sabe nada de él, tampoco el porqué de sus servicios gratuitos, por los que sólo acepta un plato de alimentos o un rincón donde pernoctar. Tampoco se sabe lo que lleva en su maleta, pues nunca la abre. Al final, es invitado a visitar un pueblo en el que es rechazado, y donde abre su maleta, y de ella emergen dos marionetas, que representan a él y su caballo. Ante niños absortos representa su breve historia en ese pueblo, que concluye con su salida del mismo. En ese punto, la historia coincide con esa otra que se cuenta dentro de ella. Y así, se marcha como vino, este hombre que arreglaba todo, pero al parecer no podía arreglarse a sí mismo.
Nati y los gorriones es la tierna historia de una mujer de cincuenta años, que ama desmesuradamente a los gorriones. Vive en soledad y frecuenta sólo a estas aves, a las que alimenta y comprende mejor que nadie. De ellos conoció la gratitud, como del gorrión que ella llamó Tico, que un día encontrara herido, y una vez curado y dejado libre, retornó para acompañarla varios años. Una fuerte voluntad realista anima al narrador-personaje, que es además el propio autor. Desde que trabó amistad con Nati, penetra en su universo poblado de ternura casi infantil y de gorriones. El ruido de las motosierras que derriban la morada de los gorriones y provocan su éxodo, como el del motor del vehículo que transporta a Nati, quebrantan un orden, alteran una armonía con paciencia establecida. Pero más allá de ello, adquieren niveles simbólicos interesantes. Los gorriones se marchan, Nati también: en ambos casos, queda la promesa del retorno incierto. Los tapices que Nati tejió, con esmero y demora, adquieren finalmente otro valor. Ya no serán los pisos de maceta, sino sargas que historian su vida ausente. En este relato, como en otros, se establece la fijación temporal; es por lo mismo, el espacio, y sobre todo las acciones, los elementos que activarán la ficcionalidad.
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