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La cigarra y la hormiga
El invierno sería largo y frío. Nadie sabía mejor que la hormiga lo mucho que se había afanado durante todo el otoño, acarreando arena y trozos de ra-mitas de aquí y de allá. Había excavado dos dormitorios y una cocina flamantes, para que le sirvieran de casa y, desde luego, almacenado suficiente alimento para que le durase hasta la primavera. Era, probablemente, el trabajador más activo de los once hormigueros que constituían la vecindad.
Se dedicaba aún con ahínco a esa tarea cuando, en las últimas horas de una tarde de otoño, una aterida cigarra, que parecía morirse de hambre, se acercó renqueando y pidió un bocado. Estaba tan flaca y débil que, desde hacía varios días, sólo podía dar saltos de un par de centímetros. La hormiga a duras penas logró oír su trémula voz.
—¡Habla! —dijo la hormiga—. ¿No ves que estoy ocupada? Hoy sólo he trabajado quince horas y no tengo tiempo que perder.
Escupió sobre sus patas delanteras, se las restregó y alzó un grano de trigo que pesaba el doble que ella. Luego, mientras la cigarra se recostaba débilmente contra una hoja seca, la hormiga se fue de prisa con su carga. Pero volvió en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Qué dijiste? —preguntó nuevamente, tirando de otra carga—. Habla más fuerte.
—Dije que... ¡Dame cualquier cosa que te sobre! —rogó la cigarra—. Un bocado de trigo, un poquito de cebada. Me muero de hambre.
Esta voz la hormiga cesó en su tarea y, descansando por un momento, se secó el sudor que le caía de la frente.
—¿Qué hiciste durante todo el verano, mientras ye trabajaba? —preguntó.
—Oh... No vayas a creer ni por un momento que estuve ociosa —dijo la cigarra, tosiendo—. Estuve cantando sin cesar. ¡Todos los días!
La hormiga se lanzó como una flecha hacia otro grano de trigo y se lo cargó al hombro.
—Conque cantaste todo el verano —repitió—. ¿Sabes qué puedes hacer?
Los consumidos ojos de la cigarra se iluminaron.
—No —dijo con aire esperanzado—. ¿Qué?
—Por lo que a mí se refiere, puedes bailar todo el invierno —replicó la hormiga.
Y se fue hacia el hormiguero más próximo..., a llevar otra carga.
LA CIGARRA Y LA HORMIGA
Cantando la cigarra
pasó el verano entero,
sin hacer provisiones
allá para el invierno.
Los fríos la obligaron
a guardar el silencio
y acogerse al abrigo
de su estrecho aposento.
Vióse desproveída
del precioso sustento,
sin moscas, sin gusanos,
sin trigo y sin centeno.
Habitaba la hormiga
allí tabique en medio,
y con mil expresiones
de atención y respeto
le dijo: "Doña Hormiga,
pues que en vuestros graneros
sobran las provisiones
para vuestro alimento,
prestad alguna cosa
con que viva este invierno
esta triste cigarra
que, alegre en otro tiempo,
nunca conoció el daño,
nunca supo temerlo.
No dudéis en prestarme,
que fielmente prometo
pagaros con ganancias,
por el nombre que tengo."
La codiciosa hormiga
respondió con denuedo.
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
"¡Yo prestar lo que gano
con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana:
¿Que has hecho en el buen tiempo?"
"Yo —dijo la cigarra—.
A todo pasajero
cantaba alegremente,
sin cesar ni un momento.
¡Hola! ¿Con que cantabas
cuando yo andaba al remo?
¡Pues ahora que yo como,
baila, pese a tu cuerpo!
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