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El compromiso modernista
Los artistas asociados a la recepción de las primeras vanguardias, me refiero, por supuesto, a Enrique Grau, Alejandro Obregón, Fernando Botero y otros articularon su trabajo poniendo en segundo o tercer plano el compromiso político y se entregaron de lleno a la configuración de un lenguaje propio. Meta claramente impuesta no sólo por el modelo ya conscientemente modernista de su postura estética, sino por la influencia del escenario internacional en donde lograron ubicarse durante un buen tiempo. Su compromiso político, en este sentido, en el mejor de los casos se daba en términos temáticos o de contenido (recuérdense las obras de Obregón que nos mostró Carmen María Jaramillo en el Museo Nacional de Colombia hace unos años), o como respuesta a hechos políticos literalmente imposibles de ignorar. Ya sea por una solidaridad de clase o por una actitud “responsable”, que sigue el modelo de intelectual planteado por Sartre, estos artistas constituyeron un compromiso político más bien episódico.
Su compromiso “social” estuvo, entonces, fundado por la madurez del campo artístico que, para mediados del siglo XX, ya empezaba a gozar de cierta autonomía, sobre todo en relación con los intentos de dominación frecuentemente realizados desde la Iglesia Católica, los partidos tradicionales e, incluso, el campo económico. Lo que se conoce como “estética pura” dentro de la sociología del arte contemporánea se consolidó en Colombia con ellos y determinó que sus posiciones fueran cada vez más radicalmente enraizadas en la configuración de una obra de arte referida básicamente a las tradiciones artísticas instauradas y legitimadas por la crítica de arte modernista.
Los artistas asociados a la recepción de las primeras vanguardias, me refiero, por supuesto, a Enrique Grau, Alejandro Obregón, Fernando Botero y otros articularon su trabajo poniendo en segundo o tercer plano el compromiso político y se entregaron de lleno a la configuración de un lenguaje propio. Meta claramente impuesta no sólo por el modelo ya conscientemente modernista de su postura estética, sino por la influencia del escenario internacional en donde lograron ubicarse durante un buen tiempo. Su compromiso político, en este sentido, en el mejor de los casos se daba en términos temáticos o de contenido (recuérdense las obras de Obregón que nos mostró Carmen María Jaramillo en el Museo Nacional de Colombia hace unos años), o como respuesta a hechos políticos literalmente imposibles de ignorar. Ya sea por una solidaridad de clase o por una actitud “responsable”, que sigue el modelo de intelectual planteado por Sartre, estos artistas constituyeron un compromiso político más bien episódico.
Su compromiso “social” estuvo, entonces, fundado por la madurez del campo artístico que, para mediados del siglo XX, ya empezaba a gozar de cierta autonomía, sobre todo en relación con los intentos de dominación frecuentemente realizados desde la Iglesia Católica, los partidos tradicionales e, incluso, el campo económico. Lo que se conoce como “estética pura” dentro de la sociología del arte contemporánea se consolidó en Colombia con ellos y determinó que sus posiciones fueran cada vez más radicalmente enraizadas en la configuración de una obra de arte referida básicamente a las tradiciones artísticas instauradas y legitimadas por la crítica de arte modernista.
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