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En un periodo relativamente breve, durante los siglos XV y principios del XVI, los incas extendieron sus fronteras y dominación sociopolítica sobre los reinos y etnias del altiplano, la sierra, los valles y la costa pacífica, ampliando sus límites desde el Cusco a lo largo de la Cordillera de los Andes, cubriendo una superficie de dos millones de kilómetros cuadrados.
La región andina, debido a la presencia de la Cordillera de los Andes, se caracteriza por la variedad de su ecología: costas desérticas, bosques tropicales, altiplanos fríos y secos que a primera vista parecen uno de los ambientes medios propicios para el hombre. Sin embargo los habitantes de esta región han demostrado a lo largo de muchos siglos ser capaces no sólo de sobrevivir en tales condiciones, sino también de dominar el medio geográfico al punto de crear una serie de civilizaciones con excedentes necesarios para florecer y expandirse; aun así, el gobierno territorial implicó una ocupación y gobierno directo de los territorios de las unidades dominadas, las que quedan bajo el dominio imperial, que debía mantener la seguridad de todo el imperio y su población; pero además, el espacio geográfico en cuanto objeto, era cargado de cierta significación, erigiéndose un nuevo espacio diferente, transformándose en el lugar antropológico donde interactúan el significado espacial y el significado cultural.
La literatura andina tiene muchos ejemplos al respecto, tales como las vertientes, las montañas, los lagos, las ¡rocas, la tierra y mucho más, son "objetos" sagrados, es decir significados cargados de sentido.
De tal manera que valles, ríos y montañas no sólo determinaron una creciente economía que condujera al desarrollo, o por el contrario que condujera a dificultades para "consolidar" el territorio -problema que fue muy bien resuelto por los incas mediante un sistema de caminos y puentes-; sino además una "geografía sagrada" en donde el espacio geográfico es mediatizado por la dimensión religiosa en particular, que se evidencia más claramente en las pacarinas que siendo una materialidad inerte, es atravesada por la dimensión cultural y cobra vida.
El espacio escogido para la significación de determinadas geoformas como la construcción de santuarios, apachetas, mojones, caminos, y estructuras asociadas no es producto del azar, sino de la ideología y de un profundo conocimiento de la geografía e interacción social con el medio ambiente.
El apoderamiento territorial presentado por el estado inca no fue sólo en un sentido "horizontal" sino también "vertical"; es decir, dirigieron su mirada y esfuerzo hacia las enormes montañas en la cordillera andina, que no sólo proporciona defensa o yacimiento mineros, sino que además en ellas se personifican sus deidades, por tal motivo y desde siempre le rindieron culto, brindándoles ofrendas y plegarias.
Por esto la distribución de las huacas, independientemente de su tamaño, facilitaban la comunicación entre los hombres y el mundo sobrenatural, organizaban el territorio y moldeaban la vida social y religiosa de los pobladores.
Resulta interesante este sincretismo (conciliación) entre el espacio geográfico, las geoformas, estructuras artificiales y las concepciones culturales, elementos que hoy combinamos y analizamos separadamente y que, en otra hora, estuvieron conceptualmente unidos.