ME PUEDEN AYUDAR QUIENES SON LO PROTAGONISTAS DE LA TRADICION CARTA CANTA PORFIS
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Explicación:Hasta mediados del siglo XVI vemos empleada por los más castizos prosadores o prosistas castellanos esta frase: rezan cartas, en la acepción de que tal o cual hecho es referido en epístolas. Pero de repente las cartas no se conformaron con rezar, sino que rompieron a cantar; y hoy mismo, para poner remate a una disputa, solemos echar mano al bolsillo y sacar una misiva diciendo: «Pues, señor, carta canta». Y leemos en público las verdades o mentiras que ella contiene, y el campo queda por nosotros. Lo que es la gente ultracriolla no hace rezar ni cantar a las cartas, y se limita a decir: papelito habla.
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A mediados del siglo XVI, los escritores castellanos usaban la frase: «Rezan cartas» cuando querían decir que lo dicho constaba en algún documento. Luego las cartas no se conformaron con
rezar, sino que empezaron a cantar y es común que se diga «Señor, carta canta», cuando se quiere
defender algo usando un escrito. Anoche, leyendo al padre Acosta, me di con el origen de tal
frase que voy a reclamar a la Real Academia como un peruanismo.
Cuando los conquistadores llegaron al Perú, aquí no se conocían el trigo, la cebada, arroz cebolla y otros productos; mientras que el frijol y otras especies por las que se relamían de gusto los
españoles las teníamos en casa. Además, algunas de las semillas traídas de Europa dieron aquí
mejor fruto que en España: cuentan cronistas que en el valle de Azapa, jurisdicción de Arica, se
produjo un rábano tan grande que no alcanzaba un hombre a rodearlo con los brazos.
Don Antonio Solar era por 1558 uno de los vecinos mejor acomodados de Lima, tenía en Barranca una hacienda y mandó traer de España dos yuntas de bueyes. Cuenta un cronista que los
indios al ver esto decían: «Los españoles, de haraganes, por no trabajar, emplean esos grandes
animales». Junto con los bueyes le llegaron semillas de melón y otras frutas con las que tales
indigestiones se daban los indios que varios murieron. Más de un siglo después, en el gobierno
del duque de la Palata, se prohibió que los indios coman pepinos, fruta conocida por sus efectos
como mataserrano.
Cuando el melonar de don Antonio dio su primera cosecha, inicia nuestro cuento.
Los diez mejores melones fueron embalados en dos cajones y envíados a hombro de dos indios, junto
con una carta escrita por el mayordomo de la hacienda para el patrón. Cuando habían avanzado varias
leguas se detuvieron a descansar y uno le dijo al otro:
—He pensado en la manera de comer la fruta sin ser descubiertos. Escondamos la carta detrás de la
tapia, que si no nos ve comer, no podrá denunciarnos.
En su sencillez, los indios creían que la escritura estaba formada de espiritus que espiaban y contaban los mensajes.
El compañero, convencido, colocó detrás de la tapia la carta, la cubrió con una piedra y ambos
devoraron la fruta.
Llegando a Lima, el segundo mitayo se dio una palmada en la frente.
—Hermano, debemos equilibrar cargas, pues si tú llevas cuatro y yo cinco, el patrón sospechará.
Acordado por su compañero, volvieron a esconder la carta y acabaron el segundo melón.
Cuando llegaron a casa de don Antonio le dieron la carta y este, al leerla y contar las frutas, dio
con el engaño.
—Ladrones —decía consultando la carta— el mayordomo me envía diez melones y ustedes solo
me hacen llegar ocho. ¡Que les den una docena de palos a estos pícaros!
Luego de ser castigados, se sentaron en un rincón, muy tristes, y uno dijo al otro:
—Ya ves, hermano. ¡Carta canta!
Don Antonio, que los escuchó, contó riendo la anécdota a sus amigos y la frase se hizo famosa.
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