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«La ruina de Constantinopla, tan funesta como previsible, constituyó una gran victoria para los turcos, pero también el final de Grecia y la deshonra de los latinos. Por ella, la fe católica fue atacada, la religión confundida, el nombre de Cristo insultado y envilecido. De los dos ojos de la cristiandad, uno quedó ciego; de sus dos manos, una fue cortada. Con las bibliotecas quemadas y los libros destruidos, la doctrina y la ciencia de los griegos, sin las que nadie se podría considerar sabio, se desvaneció».
Juan Dlugosz, historiador de la época
En un principio, el día después de la toma de Constantinopla por parte de los turcos constituyó el comienzo de una nueva era para todo el mundo conocido.
El Helenismo, que desde hacía más de dos mil años brillaba en Europa, con luz propia primero en Grecia, luego en Roma y finalmente en Bizancio que es lo mismo que Roma, se vio sometido definitivamente y estuvo oculto en la Europa oriental durante más de cuatrocientos años.
El cristianismo ortodoxo, por el contrario, conservó ciertos privilegios, mantuvo intactas las costumbres religiosas bizantinas y se constituyó en el estandarte del Helenismo, constituyendo una importante fuerza aglutinante que alivió la carga que el pueblo griego llevaba sobre él bajo el mandato turco, inclusive fue importante para las naciones de raíz eslava que habían nacido bajo la gran influencia de Bizancio, como ser Bulgaria y Servia, que fueron formando desde la ortodoxia su propia identidad, garantía de su libertad en el futuro.