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Cuando el desorden se apodera de una sociedad mucha gente siente, dolorosamente, que algo muy importante le falta, pero no sabe qué. Son pocos los que mantienen las nociones del orden en base a recuerdos personales o por los relatos de los viejos o por un conocimiento vívido de la Historia o por tener la inteligencia y la sensibilidad tan arraigadamente saludables que son capaces de resistir el contagio del ambiente caótico en que vivimos.
Si son pocos, quiere decir que la mayoría no tiene las nociones básicas como para formar una opinión favorable al orden. Peor aún, junto con el olvido vino el estragamiento del gusto. No les molesta la roña, ni la cacofonía, ni el poder de los inferiores sobre los superiores, ni la fealdad, ni la ruptura de las tradiciones, ni la destrucción de lo bello, ni las groserías, ni la ordinariez, ni la superficialidad, ni la ignorancia, ni la falta de respeto. Y junto con eso se produjo una distorsión intelectual pues también han aceptado la idea de que quien quiera restablecer el orden es un policía fascista.