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Esto pasó hace muchos, muchísimos años. Para ser exacto, tres. En las historias de la vida real quizás tres años suenen a poco, pero para una anécdota virtual tres años es la prehistoria. Internet es una sociedad falsa que avanza a cámara rápida: las relaciones personales son veloces y efímeras, los éxitos y los fracasos no tienen la menor importancia, la experiencia se adquiere con facilidad y las buenas moralejas a veces ocurren por una carambola del destino. Lo que voy a contar ocurrió en ese tiempo, en ese mundo.
A mediados de 2005 yo había terminado de escribir mi primera historia de ficción en un blog, y había comenzado la segunda. Sin buscarlo, las cosas estaban saliendo bien. En casa empezaba a sonar el teléfono: un par de editoriales europeas ofrecían dinero por mi novelita, algunas productoras de televisión me tanteaban para escribir guiones, etcétera. Impulsos suficientes para dejar de madrugar en la redacción de un diario por un sueldo fijo.
Con cautela, y sintiendo en la nuca los ojos asustados de Cristina, dije adiós al mundo real y me acomodé en el otro mundo, uno que se transita en pijama y sin apuros.
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