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Entrabamos en la habitación, el hombre era alto, delgado y con el rostro blanco y arrugado, con grandes ojeras; daba una imagen impresionante, y asustadiza, era el mayordomo pintado en un cuadro que abarcaba todo un muro.
El palacio era muy lujoso, pero los gustos eran poco comunes.
El dueño era un hombre regordete y mal encarado, su sonrisa era macabra, y sólo cuando llegaba a sonreír, con pies pequeños, era una imagen fea.
El palacio era muy lujoso, pero los gustos eran poco comunes.
El dueño era un hombre regordete y mal encarado, su sonrisa era macabra, y sólo cuando llegaba a sonreír, con pies pequeños, era una imagen fea.
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